En las cadenas televisivas actuales, los índices elevados de audiencia lo dan aquellos programas donde el griterío, el insulto y la descalificación, ocupan la mayor parte de su espacio. Ante estos programas, series televisivas, películas, debates socio-culturales, conciertos y no digamos obras de teatro, han dejado de tener índices de televidentes rentables.
En la calle hay algarabía o silencio, pase lo que pase, según el partido que gobierne.
La propiedad domiciliaria, lucha diariamente con el tsunami okupa, cuyo dorso le cuida el poder legislativo.
La economía ciudadana ve atacado su salario, con múltiples impuestos precisos para que los que mandan puedan hacer gastos superfluos. Alcanzamos récords a diario que nos van acercando paulatinamente a una muda oscuridad porque no podemos mantener ni el recibo de la luz ni el habla del castellano en nuestros diecisietes y divergentes “reinos nacionales”.
Ya no llaman la atención y nos hemos acostumbrados a los asesinatos, a diario, de todo tipo y las grandes catástrofes comienzan a verse como si de un film de suspense se tratara. Por eso algo que empezó como una epidemia local, se transformó en pandemia universal y se está más cerca de los selfies frente a un volcán que de una mano económica verdadera a los perjudicados.
Los Municipios viven su vida oficial, la más alejada del ciudadano y tienen su sentido puesto en aquellas obras o eventos donde puedan alcanzar premio en el sorteo de votos. Conseguir la mayoría de éstos, da la oportunidad de gobernar imponiendo como Constitución los ideales de partido.
El Parlamento está enfrascado en la actualidad en ver a quién se le coloca el sambenito de creador de los “delitos de odio” sin darse cuenta que su origen está como dijo el poeta, en que de diez cabezas nueve embisten y una piensa, aunque en ocasiones son diez de diez. Mientras la bandera de España no puede estar presente cuando habla un independentista catalán. Gracias a Dios y a nuestro Presidente, todavía no nos piden al irnos a vacunar un certificado que confirme a quien votamos. El día que esto ocurra los que no hayan votado al poder establecido se quedan con el virus que corresponda a la época.
Las encuestas y la plastilina se dejan moldear con igual intensidad. Se comienzan a construir mezquitas y se piensa que las catedrales podrían transformarse en sede de partidos y salones de ocio.
La economía del país y las pequeñas y medianas empresas hartas ya de tanto abandono, cierran sus puertas con el mismo gesto yerto, con el que cierra sus ojos un moribundo. Hay más medios para salvar la vida de un delfín o ballena, que para detener una lava asesina.
Los hechos son reales pero discutibles. No hay que abrumarse. El país sigue adelante, pausada pero continuadamente y lo hace gracias a esos miles de millares de mujeres y hombres que guardan silencio en las calles, responsabilidad, experiencia, estudio y espíritu de superación, en su lugar de labor. Virtudes y valores tradicionales en su hogar. Esa es su política y no la de mítines y demagogias farsantes.
Pero la corriente arrastra a los mejores cantos rodados y es totalmente real también, que el pueblo despide la madrugada e inicia el alba con la bipolaridad que padece su psiquismo: Derecha e Izquierda. Se habla de libertad y liberales, y el ciudadano se lo cree, pero cuando piden la Libre elección de la Enseñanza para sus hijos, la realidad les dice que el partido en el poder, como ocurre ahora, tiene más espíritu de represión que conciencia de conceder libre autonomía. Te doy el “bono cultural”, te lo gastas en lo que quieras, pero si lo haces en espectáculo taurino, te defenestro de toda ayuda.
De siempre la izquierda se ha colgado el estandarte del “cambio” al igual que hace la moda en el vestir y como eésta ha considerado en ocasiones rotos y agujeros, más importantes y dignos que una tela íntegra.
Además, ahora se dice que la meritocracia crea individuos engreídos, insolentes que como triunfadores humillan a los que se quedan atrás. Es la clásica letanía de la “retórica del ascenso” (un individuo debe ascender hasta donde sus aptitudes le lleven) que la izquierda cambia por programas activos de igualdad social, una vez momificadas las ideas de Marx.
Pero una y otra, derecha e izquierda, son dos patas de un trípode que no aprecian o intentan oprimir al tercer punto de apoyo, los miles de millares de individuos antes mencionados, prefiriendo no contar con ellos y estar continuamente en un desequilibrio que nos llevará a la caída y fragmentación del territorio nacional. Una nueva “era salvocheica"”, federal o cantonal, otea el horizonte.