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Desde la Bahía

La semana navideña

El virus ha dado un alto al carro de nuestra soberbia. Seguimos siendo humanos y mortales.

Publicado: 19/12/2021 ·
21:47
· Actualizado: 19/12/2021 · 21:47
Autor

José Chamorro López

José Chamorro López es un médico especialista en Medicina Interna radicado en San Fernando

Desde la Bahía

El blog Desde la Bahía trata todo tipo de temas de actualidad desde una óptica humanista

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Diciembre, un mes siempre predispuesto a las relaciones fraternales y de amistad, nos deja con la misma bondad con la que la madre muestra a sus hijos entrar en la semana más sublime de su existencia anual, “la semana navideña” en la que ya estamos inmersos.

Por segunda vez y la situación comienza a tener visos de cronicidad, nos encuentra esta efeméride tristes, desconcertados, con la sombra de la duda extendiéndose por minutos y sin una clara salida a corto plazo de este tsunami patológico, que nos aísla, que nos hace vernos a distancia y con desconfianza, sin que la inmunización activa nos lleve a alcanzar la erradicación necesaria. El sueño de la confianza en sus conocimientos y desarrollos, nos ha llevado a los seres humanos al despertar de lo inesperado; lo sorprendente y la falta de preparación ha sembrado un caos de óbitos y morbilidad que ensombrece, hasta casi dejarnos sin luz de alegría y concordia, estos días tan ávidos de relaciones íntimas. 

 Mujer y hombre del siglo XXI estaban sumergidos en un mundo donde habían alcanzado tan altas cotas de desarrollo y progreso, gracias al avance de ciencias y técnicas, que habían sobrepasado de modo absoluto a los dioses. El Olimpo griego con Zeus, Júpiter, Poseidón, Neptuno o Venus, han visto como sus superpoderes son ínfimos en relación con los medios de fuerza y exterminación ahora existentes y las posibilidades de dominar tierra, aire y océanos. Su inmortalidad, la única separación virtual que los diferencia, ya comienza a ser una firme proposición de futuro para la ciencia actual.

Cualquier persona hoy día existente, con su móvil incorporado, es un ser superior, un dios, para el hombre o mujer no digamos ya de la antigüedad, sino del medievo y de la edad moderna. Utilicemos por un momento la fantasía y con ella nos incorporamos al descubrimiento del nuevo mundo. Figuraos que el Almirante Cristóbal Colón, una vez puestos sus pasos en tierra, tras el grito de Rodrigo de Triana - al que por cierto se le negó la recompensa que merecía por ser el primero que la visualizó - se hubiese llevado la mano al bolsillo, hubiese sacado un pequeño aparato del mismo y se hubiera dirigido a sus subordinados diciendo: -Voy a llamar a Los Reyes Católicos para comunicarle que he descubierto un nuevo mundo. No retirarse que también vosotros vais a ver en esta pequeña pantalla a sus majestades-. Creo que no hubieran pasados ni quince minutos, en que se encontraría con una “camisa de fuerza” envolviendo su cuerpo.

Los seres humanos a diferencia de los animales somos extraordinariamente complejos, esto nos hace ser muy diferentes y esta diferencia, que algunos creen discrepante, es precisamente nuestro mejor nexo de unión. Hay una tendencia actual a querer hacer responsable de todos nuestros actos a una predisposición genética imposible de soslayar, pero es precisamente todo lo contrario, y de nuevo a diferencia de los animales, nuestros genes nos dotan de una capacidad de reflexión que obedece de manera absoluta al medio ambiente y la educación, más que a sus leyes, que no son otras que las de codificar proteínas, pero no carácter.

Si queremos tener los pies bien posados en el pavimento, debemos volver de nuevo nuestro rostro hacia la escuela, la enseñanza familiar y académica, dejando aparte controversias de inútiles en torno al idioma.

La técnica y la ciencia han sobrepasados a aquellos dioses soberbios que solo pensaban en aumentar sus superpoderes. Pero el Dios que nace en esta semana que hoy comienza es el Dios del amor, el Dios social que trae la buena nueva de la reconciliación y fraternización entre los seres humanos. Basta leer en la escuela o en el domicilio familiar algún pasaje del Evangelio de San Mateo, para darse cuenta de ello. No seamos negativos como lo fue Pedro o traidores como lo fue Judas o desagradecidos como lo fue Lázaro, que viviendo en Betania, no hay nada escrito de que dirigiera sus pasos a la próxima ciudad de Jerusalén para acompañar al Maestro en su tragedia.  El virus ha dado un alto al carro de nuestra soberbia. Seguimos siendo humanos y mortales.  

 

 

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