El inesperado y exagerado avance de la curva de contagios, como si se tratase de una torrencial y perenne lluvia, nos ha impedido el paseo y el contacto con nuestros semejantes, recluyéndonos en nuestro cuarto de estar, donde la compañía de un libro de lecturas, compite con la amorosa ternura de los seres más queridos en un binomio que hace sedoso y sublime el aire hogareño. Quizás fue el azar o su envejecidas páginas y pastas, quien me llevó a la lectura de este párrafo que cito: “España evangelizadora de la mitad del orbe. España martillo de herejes, Luz de Trento, Espada de Roma, cuna de San Ignacio. Esa es nuestra grandeza y nuestra unidad. No tenemos otra. El día que acabe de perderse España volverá al cantonalismo de los arévacos y de los vectores o de los reyes de taifas”.
D. Marcelino Menéndez y Pelayo, autor de estas conclusiones incluidas en su obra Historia de los heterodoxos españoles, como otros tantos autores que han profundizado en la historia de España, ha sido no solo olvidado, sino totalmente denostado en múltiples ocasiones por esta obra, que cuando se lee con espíritu crítico, pero sin fanatismo partidista, comienza uno a sentir la grandiosidad de la misma. Solo hay que pararse en algunos detalles. La comenzó a los quince años y la terminó a los veintiuno. Ahora mirad su índice bibliográfico. Cuánto daríamos porque entre nuestra juventud hubiese un núcleo con esa capacidad de síntesis, análisis y erudición, como atesoraba este hombre. Además, nació en el mal momento, sin vientos favorables, tras la encíclica Quanta cura de Pío IX y el famoso Syllabus, que condenaba a la prohibición a los libros que daban luz a la modernidad. Pero también el autor de la Historia de los Heterodoxos se dejó decir que “en aquel tiempo la enseñanza era pura farsa, un convenio entre maestros y discípulos, fundado en la misma y mutua ignorancia, dejadez y abandono casi criminal”. Nada escrito tiene carácter perdurable.
Ha comenzado el nuevo año. Demos actualidad a lo que en esencia y con un punto de vista singular se quiso decir en el párrafo que al principio cité. Hemos dividido el país en diecisiete gobiernos autonómicos, que empiezan a actuar de modo independiente. Existen entre ellas diferencias históricas. Se hablan lenguas diferentes todas ellas con el deseo de anular el idioma español y hay incluso la pretensión de mantener diferencias étnicas, como sello de superioridad. La libertad de conciencia religiosa nos aparta de aquel icono voluble de “humo de fe” que nos denominó como “reserva espiritual de Occidente” pero no podemos pasar, como decía Ortega”, de un querer ser demasiado a demasiado no querer ser”.
Tenemos que pensar en qué conjunto de valores nos une, forma la base de ese pedestal que tiene que sostener la unidad nacional, lo que ahora se llama “capital ético”. Éste tiene que construirse sin debilitar en ningún momento los valores morales que toda sociedad precisa. La autoridad tiene que prevalecer, lo que no indica imposición o tiranía. Es tan importante asumir todos los poderes, como convencer mediante el sentido común y la razón. La libertad, el respeto a la propiedad privada, a las instituciones, la igualdad en derechos, sin privilegios, pero también la desigualdad entre los individuos y sus capacidades. El diálogo, el respeto, la anulación y el código penal, para la violencia. La solidaridad tan precisa en estos momentos difíciles que soportamos. Una enseñanza que no admita injerencias políticas y partidistas desde la escuela a la Universidad, un respeto y libertad hacia las creencias que impida que aparezcan las llamas en los templos religiosos. Nos guste o no, estamos inmersos en un país de formación eventual. Cada vez hay menos disposición hacia el trabajo bien hecho, menos profesionalidad. Se ha impuesto la ley del mínimo esfuerzo y la fama se adquiere más por el insulto o el escándalo que por la responsabilidad y deseo de superación. El que “investiguen otros” está de nuevo de actualidad. Se ha perdido la fe en las instituciones y los políticos que debían engrandecerla. Esta es la ética perdida y que hay que poner al día y por eso sorprende cuando despidiendo el año, la persona que representa al país, lanza un discurso tan optimista como para hacernos creer que el grave momento que actualmente vivimos es el gran acelerador del proceso de modernización de la nación. Esto no es propio de buenos asesores. No. Si no queremos ser martillo de herejes, hay que tener la suficiente capacidad y autoridad para hacer florecer unos valores que hagan desaparecer la posibilidad de los arévacos, vectores y taifas. Y con ello esta “lluvia de contaminación” que nos tiene aislados.