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El aislamiento emocional y vital de los personajes de Martin McDonagh

A medio camino entre el retrato costumbrista y el fatalismo existencial que rodea a sus personajes, el resultado final es decepcionante

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Martin McDonagh se había convertido en un realizador más que fiable con apenas tres películas en su haber: la más que interesante Escondidos en Brujas; Siete psicópatas, un thriller tan enloquecido como los personajes que lo poblaban; y Tres anuncios en las afueras, un drama de escritura brillante y con el que consiguió el reconocimiento definitivo de crítica y público.

Las nominaciones al Óscar acaparadas por su nuevo trabajo, Almas en pena de Inisherin, han ayudado a acrecentar las expectativas en torno a su cuarta película, y sin embargo solo cabe hablar de decepción ante esta narración sombría, ambientada hace cien años en una isla irlandesa, y que oscila entre el retrato rural costumbrista y el fatalismo existencial que rodea a sus personajes, pero sin que en ningún momento sea capaz de activar los vínculos emocionales con el espectador, pese al prometedor arranque visual adornado con la melodía Polegnala E Toudora interpretada por Le Mystere des voix bulgares, que supone toda una declaración de intenciones para predisponernos de cara a los acontecimientos que van a desencadenarse a continuación y reducidos a una discusión entre dos viejos amigos.  

Esa discusión arranca el día en el que Colm (Brendan Gleeson) decide faltar a su cita en el pub con Pádraic (Colin Farrell) para tomar la pinta de todos los días. No solo eso, le comunica que no quiere volver a cruzar una sola palabra con él en toda su vida. Pádraic es un simple, y es consciente de su simpleza, y por eso mismo no termina de asimilar que su compañero de cervezas de toda la vida decida darle de lado sin razón alguna.


No hay más, pero en una isla sometida a la rutina y en la que nunca pasa nada, y en el que cada día se parece al anterior y al siguiente, esa leve alteración de la realidad personal del protagonista supone toda una sacudida que se va agravando con el paso del tiempo, como si se sucedieran las réplicas de un seísmo que tiene su eco en los demás personajes, de entre los que solo parece mostrar un elevado grado de cordura Siobhán (excelente Kerry Condon), la hermana de Pádraic, que ejerce de contrapunto en un mundo anclado en el pasado e incluso aislado en el tiempo.

Sin embargo, cuesta encontrar entusiasmo y emoción en lo que cuenta McDonagh, entregado a los paisajes de postal, a la antropología desapasionada y a las vidas sin rumbo para una película que promete más cosas de las que finalmente ofrece.

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