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Martes 14/05/2024  

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El tiempo y el destino del cine a través de la última aventura de Indiana Jones

La entrega final de Indiana Jones no solo supone un alegato nostálgico en torno al cine, sino la rendición del mismo cine

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El estreno de Indiana Jones y el dial del destino ha abierto una innecesaria brecha entre partidarios y detractores del filme. Entre los primeros, los que anteponen la trascendencia emocional de la saga; entre los segundos, los que consideran un error la ausencia de Spielberg, así como la deriva argumental de la película. En ambos casos tienen algo de razón, pero su explicación es menos simplista y tiene más que ver con la deriva de la producción cinematográfica de los últimos años que con el hecho de no encontrar una satisfacción plena en la clausura de una de las sagas de mayor popularidad de los últimos 40 años.   

¿Por qué gusta la quinta entrega del intrépido arqueólogo? Porque es un gran espectáculo de entretenimiento que no da tregua, desde su colosal prólogo ambientado en el final de la Segunda Guerra Mundial, hasta su “más difícil todavía” escenario final, después de atravesar medio mundo tras las pistas del macguffin que da pie al título de esta quinta entrega. También, porque Harrison Ford está colosal en la composición del ahora derrotado, cansado y, aún así, entregado doctor Jones, porque Phoebe Waller-Bridge le aporta un exquisito contrapunto, con sus refinadas dosis de cinismo, y Mads Mikkelsen -ojo, ex villano de la serie James Bond: la otra gran saga cinematográfica con la que guarda tantas conexiones- como excelente antagonista.

¿Por qué no gusta? No coincido con los que echan en falta a Spielberg; de hecho, tengo la sensación de que James Mangold se pregunta constantemente cómo rodaría cada secuencia el director de Tiburón, por la forma en que planifica los movimientos de cámara, a un lado el hecho de que siempre me ha parecido un director tan eficaz como inteligente, incluso en títulos menores como Noche y día. El problema no es Mangold; el problema está en un guion que, pese a estar concebido como un alegato nostálgico en torno al cine de aventuras reinstaurado por En busca del arca perdida, termina rendido a la nueva concepción de un cine de acción que es más deudor de los videojuegos que de la narración tradicional, hasta el punto de plantear las tramas como una sucesión de pantallas que deben ir superando los protagonistas.

El dial del destino no va solo sobre el paso del tiempo y el legado personal y emocional que vamos dejando a su paso, sino sobre el propio destino del cine, sobre la rendición definitiva del cine mismo como lo habíamos disfrutado hasta ahora.

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