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Curioso Empedernido

Mala pata

A veces dominados por el fatalismo, la fortuna nos desquicia o la mala suerte nos persigue y no encontramos la forma de que las cosas se enderecen

Publicado: 02/11/2023 ·
10:17
· Actualizado: 02/11/2023 · 10:17
  • Juan Antonio Palacios. -
Autor

Juan Antonio Palacios

Juan Antonio Palacios es observador de la conducta humana, analista de la realidad y creador de personajes literarios

Curioso Empedernido

Curioso empedernido. Curioso de las tres pes, por psicología, la política y el periodismo, y alérgico a las fronteras y murallas

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A veces dominados por el fatalismo, la fortuna nos desquicia o la mala suerte nos persigue y no encontramos la forma de que las cosas se enderecen. Entre tantos datos, no nos damos cuenta que formamos parte de las estadísticas negativas y que no hay cifra ni número que sea positivo o favorable. Es como un conjuro, un mal de ojos o el colmo de la mala pata.

En este mundo de la posverdad, el metaverso y la inteligencia artificial, hay cosas que no logramos entender por muy bien que nos las expliquen, y otras que no nos cuadran por mucho que aparentemente encajen los datos. Tenemos nuestros hábitats llenos de aparatos donde almacenamos todo lo que ocurre en la sociedad.

Entre la vida real y la virtual, nos encontramos en una situación entre el dominio y la dependencia, apretando botones, lanzando miradas movilizadoras, instalando aplicaciones con las que podemos abordar múltiples tareas o manejar nuestra presencia en las redes que puede llegar a cambiar nuestras vidas.

Cada vez estamos más cerca de poder experimentar cualquier sensación, emoción o sentimiento, que antes nos parecía algo lejos de nuestro alcance., aunque todavía la inteligencia artificial no es suficientemente sutil como para decirnos qué hacer, ese es un campo que en las investigaciones que estamos llevando a efecto cada día se nos da mejor.

Nos gustaría ver como los fantasmas, los infiernos y los malos espectros desaparecen de nuestro catalogo de adversidades y calamidades y las dichas y venturas sean una constante en nuestras vivencias y experiencias, empujándonos a ser felices.

Lo que les voy a contar es una muestra de que todos y todas estamos controlados y tenemos un código de barras que nos identifica. Crecemos y creamos y nos pasamos el tiempo viendo y leyendo mensajes, esperando que sean buenos y nos procuren todo lo mejor.

Con nuestros talentos y nuestros encantos tenemos fortalezas para que liberarnos de la mala pata sea posible, pero no nos garantiza que no nos decepcionemos y nos deprimamos en algún momento. De la mano de todo tipo de artilugios nos estamos convirtiendo paso a paso en autómatas y automáticos.

Les hablaré de unos personajes que hallábanse en uno de esos lugares entre lo exótico y lo misterioso, lo vanguardista y lo posmoderno, donde todo resultaba simbólico y minimalista, un espacio entre el gastrobar y el restaurante con tres estrellas Michelin.

Allí estaban los tres personajes Mauro, Macarrón y Caracolito, tres generaciones distintas, abuelo, hijo y nieto. El pequeño y diminuto Caracolito, a sus seis años encontrábase como abducido e hipnotizado frente a la pantalla de su móvil y aunque nos pareciera increíble, se pasaba las horas y días interactuando con todo tipo de seres de videojuegos, cuanto más agresivos y destructivos más adrenalina le provocaban en un bucle sin fin, en el que iba superando niveles de dificultad.

Macarrón hijo y padre a la vez era un individuo singular, partidario del “dejar hacer” a su heredero, y con una estética especial y singular, tatuado de pies a cabezas. Su cuerpo estaba entre una galería de arte y la mayor horterada del dibujo y la pintura.

En cuanto al abuelo y padre Mauro, la experiencia le había enseñado a escuchar y ser paciente con todo tipo de personajes y barbaridades, que seguían hablando, cuando se supone que está todo dicho en una especie de endogamia sin fin. Los tres Mauro, Macarrón y Caracolito, por distintas causas padecían los mismos males, el aislamiento y la soledad.

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