A sus 78 años Antonio Checa ha dirigido tres periódicos, ha publicado 52 libros, ha sido decano de la Facultad de Comunicación de Sevilla, ha presidido el Consejo Audiovisual de Andalucía, ha criado cuatro hijos y, entre otras, ha hecho una colección de 800 botijos que supone un resumen cultural, histórico, artístico y antropológico del mundo.
Aunque el propio Checa ha explicado a EFE que el botijo es un objeto eminentemente mediterráneo -principalmente de España y Portugal y de los países por los que estas dos naciones han extendido su cultura-, él los ha encontrado en Georgia , India y Siria, además de por países como Perú y México, donde compró dos de pequeño tamaño usados como "tequileros", o sea para conservar y beber tequila.
"Cada vez es más difícil encontrarlos porque ya no se fabrican por falta de uso; los que se encuentran ya están hechos expresamente para coleccionistas, nostálgicos o por gente que los encarga", ha asegurado el coleccionista, quien disfruta de su colección distribuida por varias salas, cocina, despacho y dormitorios de su casa sevillana, casi todos en vitrinas para librarlos del polvo.
Checa inicio su colección de manera casual hace 32 años, cuando al término de la Exposición Universal de Sevilla acudió a alguna de las subastas que celebraron los pabellones para saldar su mobiliario y algunos objetos decorativos.
En aquella ocasión llegó de los últimos y sólo se encontró con un botijo por el que nadie había pujado, de modo que se lo llevó como un recuerdo más del magno acontecimiento sin sospechar siquiera que a partir de entonces, en sus muchos viajes -buen número de los 52 libros que ha publicado son de viajes-, se iría fijando en los botijos y los iría comprando, siempre con la complicidad de su mujer, Candy Domíngez.
Con forma de euro, de 'Libro Gordo de Petete' o de Año 2000
La colección cuenta con botijos con la forma de don Quijote y Sancho Panza, con y sin Rocinante y el rucio, y con uno de los de mayor tamaño -impracticable también por su peso- inspirado en la Mezquita de Córdoba, mientras que uno de los más aparatosos reproduce un edificio de aires renacentistas pero que sólo existió en la imaginación del ceramista que lo hizo.
Hay botijos que son homenajes inauditos: Al año 2000, con forma, en efecto de un "2.000", al euro y al 'Libro Gordo de Petete', mientras que una de las tendencias más extendidas en el diseño de botijos -ya más como elementos decorativos que para refrescar el agua- es el 'kitsch', ya que abundan los dorados, las formas estrambóticas y los tamaños imposibles, desde la miniatura a la desmesura.
También los hay calados, algunos de los cuales pueden tener las funciones de candelabro al poder portar una vela en su interior y con filigranas de cerámica que pueden evocar el encaje, todo lo cual demuestra, como advertía Checa, la función decorativa del botijo una vez que los frigoríficos los han hecho prescindibles para refrescar el agua.
No obstante, Checa mantiene uno en uso, procedente de La Rambla (Córdoba), y explica con cierto orgullo que el agua del botijo nunca te causará dolor en los dientes ni te fastidiará la garganta puesto que proporciona agua fresca, pero no fría -o lo que comunmente se entiende por fría en una sociedad de un bienestar basado en la tecnología y el consumo desmedido de energía-.
Picasso entre ranas y murciélagos
En la colección hay tres botijos de motivo picassiano debidos a la mano de "Tito", uno de los ceramistas más célebres de España, residente en Úbeda (Jaén), pero lo que más inspira a los alfareros y ceramistas son los animales, toda una zoología en barro: caracoles, elefantes, pingüinos, ranas, murciélagos y toros y gallos, muchísimos toros y más gallos todavía, algunos de los cuales con un colorido más generoso aún del que los dotó la naturaleza.
Checa habla con soltura de la existencia de la web 'El botijero´ y de que en un museo histórico de Chipre pudo admirar un botijo de casi tres mil años, dos extremos que certifican la larga historia de este objeto de barro que enfría el agua dotado de un orificio más ancho para su entrada y de uno más estrecho para su salida.
Cuando no está viajando, Checa está escribiendo o leyendo: También ha reunido en su casa una biblioteca de 12.000 volúmenes, sin contar las colecciones de revistas y de periódicos, ésta última de ejemplares incontables pertenecientes a 3.000 cabeceras distintas -entre los más preciados la subcolección de periódicos portugueses de la Revolución de los Claveles-.
Alguna vez ha intentado donar la colección de periódicos, pero ha asegurado que los responsables de las instituciones a los que se los ha ofrecida lo miran con cara rara y él, con la bonhomia que lo caracteriza, sonríe como pensando: ¡Pues anda que si supierais lo de los botijos!