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Desde el campanario

Para no cortarse las venas

Los instantes de felicidad son efímeros y solo los gozamos esporádicamente. En cambio, un revés de la vida puede marcarte para siempre

Publicado: 13/10/2024 ·
14:22
· Actualizado: 13/10/2024 · 14:22
Autor

Francisco Fernández Frías

Miembro fundador de la AA.CC. Componente de la Tertulia Cultural La clave. Autor del libro La primavera ansiada y de numerosos relatos y artículos difundidos en distintos medios

Desde el campanario

Artículos de opinión con intención de no molestar. Perdón si no lo consigo

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Canta Joaquín Sabina que tenemos más de cien palabras y más de cien motivos para no cortarnos de un tajo las venas. Lógicamente este desmedido aforismo es solo una metáfora extrema de aplicación, cuando las cosas nos van mal. Normalmente la gente la sustituimos por expresiones más familiares como, darse un chocazo contra la pared o esto es para matarse. Luego, el trovador achacoso, encadena armoniosamente una letanía de razones a las que agarrarse para sobrevivir durante esas etapas de nuestra existencia en las que nos sentimos los seres más desdichados del mundo por culpa de los problemas que nos afectan.

Cuánta razón tiene el ubetense. La vida es como un puerto de montaña lleno de socavones. Si pudiera plasmarla gráficamente, lo haría en varias viñetas compuestas por el perfil ascendente de una empinada ladera donde, en algunos momentos, el protagonista de la ilustración caminaría erguido y sonriente, y en otras, las más, encorvado y meditabundo. Algo parecido a los peregrinos de Santiago durante su escabroso Camino. Pero como el teclado que manejo nunca fue a clases de dibujo, tendré que apañarme para definirla a través de la escritura.

No hay dos días iguales en nuestra existencia. La inestabilidad anímica y los contratiempos cotidianos hacen que la aventura deje de ser monótona en su discurrir. Levantarse con el objetivo de ser feliz durante las próximas veinticuatro horas puede ser una buena fórmula para encarar la jornada, pero no por ello fácil de lograr. Por muy buena voluntad que se ponga en el empeño, seguro que alguna circunstancia hará que esto no ocurra. El truco está en saber conservar la calma dentro de la tormenta porque mientras las cosas van bien aquí no pasa nada.

Todos quisiéramos gozar de ese momento Nirvana expresado maravillosamente por el compositor Juan Carlos Calderón en la canción El vendedor cuando, absorto, en las voces de Mocedades, se pregunta ¿Quién quiere vender conmigo la paz de un niño durmiendo. La tarde sobre mi madre y el tiempo en que estoy queriendo?  Que mejor que este poético anhelo idealizado para firmarlo a ciegas. Pero no amigo mío. A lo largo del trayecto terrenal que nos toque recorrer, ganan por goleada los periodos borrascosos. Y no lo digo tanto por la frecuencia con que sucedan, sino porque sus traumáticas secuelas son mucho más duraderas que las gratas delicias de la bonanza.

Los instantes de felicidad son efímeros y solo los gozamos esporádicamente. Luego, se almacenan en el subconsciente para rememorarlos según convenga, pero ya sin el efecto plácido que un día tuvieron en nuestro ánimo. En cambio, un revés de la vida puede marcarte para siempre. El dolor, la amargura, los complejos, las decepciones, la soledad, las frustraciones, los traumas, el desconsuelo y la enfermedad, forman parte del riesgo, y nadie está a salvo de ellos. No conozco persona alguna libre de cualquiera de estas adversidades.  

Afortunadamente, la capacidad del hombre para sobreponerse a los reveses no tiene límites. A pesar de ello, la humanidad nunca ha cesado en la búsqueda de ayudas para superarlos.

Aporta Sabina en la misma canción una buena retahíla de argumentos a los que agarrarse para recobrar la esperanza perdida. Pero eso es solo una pequeña contribución a los brebajes contra la desdicha. En nuestra sociedad hay cientos de agrupaciones a las que poder dirigirnos en tiempos de zozobra. Seguro que allí, cada uno de nosotros encontrará la asistencia conveniente contra sus penurias morales porque nada reconforta tanto a una persona atribulada, como conocer y compartir su angustia con otros seres afines. Si aún así, no hallaras refugio anímico en esos colectivos y te sigues sintiendo desolado, yo puedo descubrirte la alquimia infalible para tu alivio. Siéntate a ver el telediario. Acomódate a medio día en tu mejor butaca con tu pena a cuestas y dilata tus oídos. Zambúllete en la pantalla y contempla los titulares. Da igual la cadena. El efecto es el mismo.  No obstante, si esta dosis de terapia no es suficiente para tus padecimientos, puedes repetirla a las nueve de la noche. Seguro que las nuevas calamidades incorporadas que verás, deberían ser suficientes.

Muy grave debe ser lo tuyo si no te sientes reconfortado después de la sesión y sales lanzado a ponerle diez velas a cualquiera que sea el auxilio incorpóreo de tu devoción.

 

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