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Sevilla

(Des)ventajas de la deslocalización

Desde que en 1994 Gillette decidió abandonar Sevilla para establecerse en Europa del Este la deslocalización ha sido un tema recurrente en el discurso de la desindustrialización, tanto de Sevilla como de Andalucía...

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Desde que en 1994 Gillette decidió abandonar Sevilla para establecerse en Europa del Este la deslocalización ha sido un tema recurrente en el discurso de la desindustrialización, tanto de Sevilla como de Andalucía. Así lo atestiguan los últimos acontecimientos, como el cierre de Roca en Alcalá de Guadaíra y de otros menos recientes, como Cerámicas Bellavista -también de Roca-, Flex, etcétera. Este hecho no hace sino ahondar en las penalidades por las que pasan numerosas familias sevillanas. Así, en un contexto de crisis profunda, la deslocalización de empresas industriales tan significativas no hace sino agravar la sensación de depresión y dolor que la recesión está generando.

No obstante, la deslocalización, muy a nuestro pesar, es un hecho coherente con la integración con su entorno de una economía y de la globalización. Cuanto mayor sea dicha integración mayores son los flujos de entrada y salida de empresas buscando maximizar su rentabilidad.
Sin embargo, la globalización económica no es una condición suficiente para que exista deslocalización. Una segunda condición necesaria es la existencia de ventajas comparativas de un país respecto a otro y que, contrariamente a lo que podamos pensar,  no sólo son menores costes laborales. Las empresas migran entre países no únicamente buscando diferenciales en los salarios. Existen otros incentivos que pueden impulsar estos movimientos. Por ejemplo, el mejor y más cercano acceso a mercados centrales, mejores políticas industriales, y también mayor flexibilidad en las legislaciones de todo tipo: laboral, medioambiental, administrativa, etcétera.
Dicho esto, una reflexión es necesaria, y es que Sevilla no imperativamente debe perder en el juego de las deslocalizaciones. Igual que existen empresas que se van, otras vienen o expanden su actividad local. Por ejemplo, Renault ha decidido impulsar su factoría de San Jerónimo; la empresa Método 21 impulsará un proyecto hotelero, y, por último, Aerópolis continúa su expansión tanto en número de empresas como de empleo. Fuera de Sevilla podemos encontrar otros ejemplos, como los de Ford en Almusafes. La cuestión es, por lo tanto, qué podemos hacer para decantar la balanza migratoria a nuestro favor.

Es evidente que no debemos hacer política de atracción con los salarios. Esto sólo conseguiría un empobrecimiento de los sevillanos. Entonces ¿cómo podemos incentivar la localización de empresas en el entorno productivo sevillano? La respuesta es muy sencilla a la par que complicada: generando ventajas comparativasy que, como se ha apuntado, pueden ser muy variadas.

Por ejemplo, es posible adquirirlas mediante el fomento de la excelencia en ciertos apartados de la producción industrial, como puede ser la calidad o el diseño, algo que ya hacemos muy bien en ciertos sectores españoles. Un ejemplo es la gran capacidad competitiva de la industria levantina del calzado, que compite con productores basados en bajos salarios. Otra ventaja puede adquirirse a través de la cualificación del empleo. Por ello es fundamental un fuerte apoyo a la educación, tanto en sus vertientes universitarias como de formación profesional. Está comprobado que la existencia de buenos y numerosos profesionales permite generar y atraer inversiones de gran valor añadido.

Otras posibles acciones para adquirir ventajas es eliminar o racionalizar los costes de transacción que implican en numerosas ocasiones el régimen legal del mercado de trabajo o de la administración. Así, la última reforma laboral, con todas sus luces y mayores sombras, ha flexibilizado las condiciones laborales, lo que redunda en la erosión de ciertos derechos laborales, pero en un mayor incentivo para la recepción de inversiones.

En definitiva, la deslocalización de inversiones industriales nos perjudica cuando somos emisores, no cuando somos receptores. La política adecuada debe ser la de fomentar la atracción de nuevas inversiones, sin el reclamo de bajos salarios, sino de elevadas garantías de un saber hacer cada vez más exigente. Intentar competir con países con bajos salarios sería un suicidio, así como una resignación que no es necesaria.

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