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Jueves 04/07/2024  

El Puerto

Humildad y Paciencia

Hablar de la Hermandad de la Humildad y Paciencia es hablar de un trozo de historia importante de la nuestra ciudad

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  • HUMILDAD Y PACIENCIA -

Hablar de la Hermandad de la Humildad y Paciencia es hablar de un trozo de historia importante de la nuestra ciudad. Algunos autores datan la fundación a finales del siglo XVI en el Monasterio de la Victoria. Muchísimos avatares ha vivido esta corporación desde entonces.

Guerras, invasiones, enfermedades, etc. han hecho que esta Hermandad estuviese en varias ocasiones a punto de desaparecer. Afortunadamente no ha sido así y la Humildad sigue viva y despertando oleadas de devoción cada Jueves Santo. En el Monasterio de la Victoria permaneció hasta 1861.

Durante siete años convivió con la Hermandad del Nazareno en el Convento de San Agustín, hasta 1868. Tres años más tarde, en 1871 ya se encuentra en la Capilla de la Aurora, ahora en obras.

Del convento de San Agustín salió debido a la expropiación del mismo y a la desaparición de la Cofradía del Rosario de la Aurora, de la que hablaremos en otra ocasión, por lo cual la capilla de la calle de San Sebastián cayó en desuso.

La Hermandad ahora conoce una nueva sede como es la Iglesia del Espíritu Santo, hasta que concluyan las obras de su capilla.

Hablar de la talla de su titular es hablar de una de la más importante obra escultórica que procesiona por nuestra ciudad.

El Cristo de la Humildad y Paciencia representa a un varón, sentado sobre una roca y a la espera de la crucifixión.

La soledad invade por completo el semblante de este Cristo, que iba acompañado por dos soldados romanos, creo que en restauración y salidos de la gubia del gran Castillo Lastrucci y en la delantera del paso dos sayones preparando el madero, conocidos popularmente en El Puerto por Barrabás y Martillo.

Como en tantas obras de nuestra ciudad desconocemos el autor de esta soberbia obra.

Según el historiador González Luque la imagen tiene todas las características de obra del barroco sevillano.

Su restaurador último, el portuense Enrique Ortega, confirma que la obra puede pertenecer a finales del siglo XVll o principios del  siglo XVlll.

Lo cierto es que nada quita para cautivarnos con su expresión o mirada de un hombre que espera la muerte inmediata, con una soledad inmensa, reflejada en sus ojos.

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