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Lo que queda del día

Si Chesterton levantara la cabeza

El problema, en todo caso, puede que no sea tanto el anticipo de las citas navideñas, como la pureza que hay que preservar en cada una de ellas

  • Zambomba en Plateros -

A principios del siglo pasado,  Gilbert K. Chesterton escribió una serie de artículos anuales en torno a la celebración de la Navidad que vieron la luz en diferentes publicaciones coincidiendo con los últimos días del año. En más de una ocasión hizo alusión al empeño continuado por anticipar el inicio de las fiestas, hasta el punto de que llegó a concluir que hay “pocas costumbres tan peligrosas y desagradables como la de celebrar la Navidad antes de tiempo”. En su opinión, y era una voz más que autorizada a la hora de exponerlo así, “sería mejor disfrutar de la Navidad cuando llega, en lugar de aburrirnos de la noticia de su llegada inminente”. 

Si Chesterton levantara la cabeza ahora mismo, lo más probable es que muriera de un infarto instantáneo. Le bastaría con pasear por la londinense Oxford Street, justo después de Todos los Santos, para descubrir una ciudad totalmente impregnada de navidad: la vinculada al consumo, por supuesto. Y mira que lo advirtió, mucho antes incluso de que se inventaran las luces led: “El único problema de la Navidad es que dejamos el simbolismo navideño en manos mercenarias”.

Como a Chesterton, también hay en nuestros días muchas personas a las que molesta o no ven conveniente la forma tan anticipada con la que nos asomamos a una navidad que ha suplido el misterio con luz y escaparates, porque incluso queda lejos del Adviento. En Jerez, por ejemplo, ya hace un par de semanas que se vienen organizando zambombas, aunque algunas solo tengan de zambomba el nombre, o si lo prefieren, la marca, y ejerzan de franquicias de un modelo que no consiste solo en cantar villancicos delante de un público, como el grupo de rumbas que ameniza una caseta de feria por mayo.

El problema, en todo caso, puede que no sea tanto el anticipo de las citas navideñas, como la pureza que hay que preservar en cada una de ellas. Entre otras cosas porque, como apuntaba, ya no solo hablamos de la celebración de una zambomba, sino de la creación de una marca que es ya referencia en toda Andalucía y buena parte de España. Jerez ha hecho de una tradición, virtud, y de esa virtud un símbolo específico e inimitable, una seña de identidad, un reclamo, una experiencia única, una oportunidad bien aprovechada que pone de relieve un legado en favor de los atractivos de la propia ciudad. Hasta hace una década nadie lo había pensado, y en apenas unos años la popularización de la zambomba ha sido capaz de generar una pequeña “industria” que pone de relieve la imagen de Jerez en Navidad y ha relanzado la actividad económica en torno a la hostelería, el comercio, el turismo y la agenda de muchos grupos dispuestos a dar oxígeno a letras y tonadas que hasta hace algunas décadas se mantenían con vida gracias a la tradición oral de generación en generación.

Los que han conocido las zambombas de antaño tal vez echen en falta las dosis necesarias de autenticidad con las que se vivían aquellas citas entre vecinos, en torno a la candela de algún patio, compartiendo copitas de anís, buñuelos y pestiños, y la armoniosa incorporación de improvisados instrumentos de percusión como el almirez, las sonajas o la propia botella de anís, pero también hemos ganado en la redimensión de un acto abierto ahora al público.

Si Chesterton levantara la cabeza y le diera por pasear por Jerez estos días, puede que fuera víctima de una bajada de tensión, pero a poco que captara la esencia y la vivencia en torno a nuestra tradición -y que probara una estimulante copa de jerez-, lo ganaríamos para la causa: era reacio a la forma en que el mundo moderno había adoptado para sí la celebración de la Navidad, pero era un firme defensor de los villancicos -“son los últimos ecos del llanto que renovó el mundo”, escribió-, piedra angular de la zambomba, y aquí los encontraría muy bien cantados. Incluso si se desplaza a Arcos podrá conocer su versión con la cadencia morisca y sefardí de los orígenes de muchos de ellos. Esta Navidad, aunque anticipada, -¿quién sabe?- seguro que le gustaba a Chesterton

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