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Hablillas

Ruceco

Ruceco forma parte del recuerdo de unas cuantas generaciones.

Publicado: 03/12/2018 ·
17:36
· Actualizado: 03/12/2018 · 17:36
Autor

Adelaida Bordés Benítez

Adelaida Bordés es académica de San Romualdo. Miembro de las tertulias Río Arillo y Rayuela. Escribe en Pléyade y Speculum

Hablillas

Hablillas, según palabras de la propia autora,

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El nombre está ligado a las dos ruedas de radios que brillaban especialmente por la mañana de Reyes, aunque estuviera nublado o cayeran chuzos de punta. El resto del año era imposible pasar de largo, no pararse ante los escaparates o impedir que un chiquillo entrara decidido hasta el fondo del local para ver otra vez la bicicleta que le gustaba, la que bajo promesa tendría si se portaba bien, porque Ruceco era sinónimo de ilusión. Por delante del mostrador ha pasado la infancia de todos los isleños, la adolescencia vestida de afición, de pasión por el deporte, para enfilar la madurez de la mano de un hijo, un sobrino o un nieto, envuelta en ese olor a caucho y a grasa oscura tan peculiar que flotaba por la tienda, tan distinto al que tuvo La Covadonga.

La vida laboral de sus empleados, del empresario, llega a su término y es otro negocio que echa el cierre para abrir la memoria, para ligarlo a casa Vila, desaparecida hace muchos años. Y ha tenido que ser en estos días, como entonces, cuando los chiquillos se soltaban de la mano de quien sujetaba su ilusión gritando discretamente el modelo, el color del vehículo a pedales que habían elegido, cuando los padres sudaban tinta haciendo los cálculos de gastos sin tener claro lo de las facilidades de pago. En aquellos días, de la verticalidad de las bicicletas empezaban a colgarse carteles donde se leía “vendido”, como un pendiente del sillín. Más de un chiquillo se echó a llorar creyendo haber perdido su querida bicicleta, sin querer entender que los Reyes tenían más. Era la muletilla de los padres para consolarlos, pero para ellos no había esperanza, sino frustración canalizada en un enfado monumental que poco a poco iba aplacando el paso de las semanas con la recuperación de la ilusión, con los comentarios de otros niños, con juguetes y juegos hasta que la cabalgata volvía a desatar los nervios, que no lograba calmarlos el abrigo del sueño ni la cobertera.

 Ruceco forma parte del recuerdo de unas cuantas generaciones. Más pronto que tarde será el eje de una tertulia que comenzará  en silencio, con el escozor que produce el papel arrugado cegando el escaparate, imaginando las manos que los colocaron. Alguien toserá para referirse al número de bicicletas que se habrán vendido y concluirá con el merecido descanso del personal, aunque suene a tópico. Comienza otra etapa tanto para ellos como para el local. Será raro verlo con otra mercancía. Costará pronunciar otro nombre.

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