Parecía que no llegaba pero ya está aquí, subida al trenecito, enganchada a las notas musicales de los villancicos que alegran el paseo. Amanece con la brisa del viento del norte, suave y helada que espejea el caño y las piezas, que se abren como ojos entre el verdor. Todo relumbra durante el día porque las noches son más largas e invitan a disfrutar de la casa. La Navidad es reunión, canción y recuerdos, muchos recuerdos, momentos que no lo serían si se hubieran alargado.
Son las vacaciones más esperadas por todos, pero en la infancia acababan con una crónica particular, escrita y secreta, por lo tanto inexistente para el resto de la familia, una forma de detener lo que entendíamos por felicidad, por ese deseo expresado tras un saludo a un conocido en la calle, una coletilla dicha con una sonrisa distinta a la habitual mientras pasaba una cesta con patas con el asa rodeada de espumillón. Otras eran tan grandes que parecían caminar solas. Eran tiempos en que los guardias que dirigían el tráfico se subían a una peana, como si fuera el juguete de un coleccionista, que en estos días parecía un expositor lleno de regalos. Los malpensados decían que eran los únicos días en que dejaban salir su buen humor. Recuerdos, al fin y al cabo, y la época se presta a ello, a poblar la sobremesa con ellos.
Hay ganas y el buen tiempo acompaña. La Navidad será como siempre pero con un año más, donde los comensales, los amigos y los regalos se distribuirán los pensamientos según qué día y qué horas, batiéndose con la actualidad, empapada de tragedia, empañada de tristeza. No se ha podido dejar de pensar en Laura Luelmo mientras los niños de San Ildefonso cantaban los números agraciados de la lotería, en la media centena de asesinatos que se van a cerrar el año, en los rebuznos de algunos líderes, en las barbaridades que copan las columnas de los periódicos, en las nueve cifras que llegan valer un par de botas de fútbol, en los pequeños negocios que echan el cierre, en los locales vacíos desde hace meses, en la diversión sin tener en cuenta a los demás, en la molestia que causan tanto a los vecinos como a los viandantes. Es la fiesta, cierto, es la época, también, pero no debemos olvidar la línea del respeto. El esfuerzo debemos hacerlo todos, los que se divierten dosificándose y los sufridores siendo un poco más tolerantes. Para pasarlo bien no hace falta hacer tanto ruido. Feliz Navidad.