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Excusas, coartadas y presuntos

Lejos de encajar cada caso con rigurosidad, todos han terminado por dejarse llevar por una corriente de regeneracionismo en la que ni ellos mismos creen

  • Juan Marín y Juanma Moreno -

Hace unos años que la presunción de inocencia carece del sentido jurídico estricto para la que fue concebida si atañe a algún político. Para contrarrestar el perjuicio ocasionado, se procedió a un apaño léxico de escaso éxito: cambiar la denominación de imputado por la de investigado. Ni por esas. El investigado sigue siendo imputado -parece una terminología más demoledora; incluso más culpabilizadora- y, en caso contrario, el adversario político se encargará de recordar que lo es, puesto que el objetivo pasa por estandarizar la presunción de culpabilidad sobre cualquier representante político que deba responder ante la justicia por el asunto que sea, como si todo obedeciese en el fondo a una mera vendetta -quien a hierro mata, a hierro muere-.   

Hay políticos que se han visto obligados a abandonar su carrera por esas mismas circunstancias, pese a que después el juez terminase por fallar a su favor, y también los hay sobre los que han pesado acusaciones tan flagrantes que hasta resultaba indecorosa su autoproclamada inocencia, pero nadie se ha atrevido a hacer distingos y sí a ejercer un voluntarismo militante a la hora de señalar al adversario: sin precauciones y sin anestesias. Peor aún, lejos de encajar cada caso con la rigurosidad necesaria, todos han terminado por dejarse arrastrar por una corriente de regeneracionismo en la que ni ellos mismos creen, porque casi implica considerar como sospechosos a todos sus militantes, pero que han asumido como esencial para calmar los ánimos en la calle, en plan antídoto frente al virus de la generalización que lleva a tanta gente a proclamar que todos los políticos son corruptos, o que todos los políticos roban...

Uno de esos acuerdos de regeneración, el que acaban de sellar PP y Cs para el gobierno de Andalucía -bajo el compromiso de no incluir imputados en sus listas-, se ha convertido ya en coartada para iniciar las primeras escaramuzas de cara a las elecciones municipales. Ha ocurrido en Arcos, donde el PSOE ha pedido esta semana la dimisión del candidato del PP a la Alcaldía, Domingo González, investigado por un presunto caso de enchufismo de su etapa anterior como delegado municipal en el Ayuntamiento. No solo eso, los socialistas han pedido a Ciudadanos que exija a su socio de gobierno andaluz que cumpla con lo acordado, y a la formación naranja, a nivel local, le ha faltado tiempo para sumarse a la petición. Y es lógico: si eso es lo que han firmado, habrán de cumplirlo; pero lo más interesante de las jugadas posibles en este tablero a tres es que acaban convirtiendo al conflicto de origen -la causa judicial- en una mera excusa en busca de otros objetivos políticos.

Para ello, nada mejor que comprobar las piezas con las que juega cada uno. El PP lleva la peor mano: cuando eligió a González como candidato ya conocía los riesgos, también otras posibles alternativas, y se supone que los fundamentos que sustentan la defensa de su inocencia, pero el candidato debe ser consciente asimismo de que van a empujar a su partido hacia una encrucijada para ver si lo tiene todo tan claro.

El PSOE ha sido el más hábil. Ha visto su oportunidad y la ha aprovechado, y ni siquiera puede atribuirse la redacción de las reglas del juego. Su objetivo es debilitar al principal adversario y conserva la memoria suficiente como para importarle bien poco si González saldrá airoso de la investigación. La clave, en todo caso, está en Ciudadanos, y no porque se haya precipitado en su respuesta, sino porque el PP quiere leer entre líneas: no se fían de la formación naranja, ni siquiera tras el pacto, y menos aún de cara a las municipales, donde temen que Marín y Rivera terminen por ordenar a sus candidatos que se entreguen a los brazos del PSOE si son necesarios para formar gobierno, sobre todo si es para huir de una posible y necesaria alianza con Vox. Si no, ya se verá, pero de momento recelan.

¿De verdad que lo que hay en juego es un proceso común de regeneración -que cada partido debería resolver de forma individual, interna y sin traumas-, o una oportunidad estratégica, que ellos mismos han provocado, para debilitar al adversario? Lo difícil no es la respuesta, sino mantener la misma opinión en todas las circunstancias.

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