Proyecto Hombre combate las múltiples adicciones que hay en la actualidad, ¿en 28 años de historia, a cuántas personas han ayudado o han pasado por su centro?
—Lo que es tratamiento, unas ocho mil personas. A este número hay que sumar las familias, que no se contabilizan, pero que acompañan a la persona que viene hasta nuestro centro de atención. Pero detrás hay una familia, que también sufren, y están esos resultados no medibles sobre una realidad que cambia a una familia entera.
¿Qué tanto por ciento logra superar una adicción?
—Las personas a las que les damos el alta terapéutica son un 30% aproximadamente de las que inician. Somos un programa de alta exigencia, por lo que el hecho de que una persona lleve dos meses sin consumir no supone que tenga el alta, sino que nuestro objetivo es que la persona consiga la autonomía, la integración social, recupere el tema laboral o académico, porque tratamos a muchos menores y adolescentes marcados por expedientes de expulsión o por llamadas de atención a las familias. Hay personas que no terminan el proceso, pero después han conseguido la integración y la autonomía, que es lo que pretendemos.
¿Y ese 30% es mucho o es poco?
—Es mucho, porque no es fácil. Nosotros no damos gratuitamente el certificado de alta terapéutica, que además entregamos de una forma muy solemne, con la presencia de la familia, los amigos, incluso compañeros de trabajo si han participado en el proceso, el orientador del centro educativo... Es muy exigente porque no es que la persona deje la adicción, sino que cambie, se conozca, interiorice los motivos por los que inició el tratamiento; son situaciones complicadas, la pérdida de un familiar o una situación de desapego fuerte que ha vivido la persona cuando ha iniciado el consumo y lo mantiene.
¿Cómo eran las adicciones de hace 30 años y cómo son las de ahora?
—Las de hace 30 años eran más llamativas, por el tema de la heroína, ligado al SIDA, a la delincuencia, con mucha desestructuración social, con alarma social por el tema de la droga, que era el segundo problema que más preocupaba en España, cuando ahora prácticamente no aparece, como si la droga no existiera.
¿Por qué?
—Porque creo que nos movemos mucho por lo que nos molesta. Si antes iba por la calle y veía a una persona tirada, o veía una jeringuilla en el colegio, o me asaltaban pidiéndome dinero... desde ahí existe el problema. Si estoy en mi casa tan tranquilo y mi hijo está en su cuarto tan tranquilamente, el problema no me afecta, que no diga que no exista, sino que como no me está molestando no ven que exista.
¿Los tratamientos cómo han evolucionado?
—La base nuestra se mantiene, creer en la persona, la psicología humanista, la dinámica de grupo, la implicación de la familia, el abordaje integral de los problemas que pueda tener la persona, ya sean judiciales, en el colegio..., se intenta entrar en el ámbito laboral. Mientras que la persona quiera puede salir de la situación, y nosotros mediante la confrontación vamos ayudando a esa persona a que vaya descubriendo las causas que le llevaron a un determinado consumo y los recursos de que dispone para salir de esa situación en la que se ha metido. No se aconseja, sino que es un acompañamiento para que cuando él quiera pueda salir de la situación.
¿Sigue habiendo el mismo origen en las adicciones?
—Lo unimos mucho a situaciones de pérdida. Hacemos la historia familiar y la del chico o chica en tratamiento. Nos cuenta desde que nació y de pronto vemos que en un momento de su vida hay un vínculo muy especial con una persona de su familia y esa persona muere, y hay una pérdida que no gestiona de forma adecuada y se separa de una situación de normalidad, y a relacionarse con otras gentes, incluso mayores que él, pero que le dan un sitio, y empieza el consumo del alcohol y del tabaco. Lo unimos mucho a esas situaciones de pérdida no bien gestionadas. Pero también hay situaciones traumáticas, por un accidente o por una pérdida afectiva, pero el término pérdida lo trabajamos mucho con él.
¿Dónde se dan los mayores repuntes?
—Lo último es las apuestas deportivas, que va unido en parte al tema de las redes sociales, el juego online. Ahora el problema está en la proliferación de los locales de apuestas, que están regulados por las comunidades autónomas, y que pensamos que es necesario que no estén cercas de centros educativos, y no cerca unos de otros. Nosotros tenemos ya en tratamiento a niños de entre 14 y 16 años, también adultos. El año pasado con el juego online ya atendimos a 16. La situación es que menores no pueden entrar en estas salas de juego, pero se ha demostrado que han podido entrar. En online vamos lentos también en las normativas, porque hasta 150 euros se puede apostar utilizando el dni de otra persona. A partir de esa cantidad hay unos mecanismos que complican que puedan jugar por más de ese dinero.
Pero lo evidente es que no hay mucha regulación; basta con ver la cantidad de publicidad que hay en la actualidad sobre las apuestas.
—Esa es otra de las dificultades que hay que añadir a los problemas que nos estamos encontrando, y que se basan en la accesibilidad, la banalización y la normalización. La accesibilidad la tienen directamente desde el teléfono móvil.
¿Suelen iniciarse solos o en grupos?
—Inicialmente lo hacen en grupo y después ya lo hacen individualmente, ya que les da vergüenza que en público se vea que se han enganchado. Suelen empezar apostando 5 euros y después pasan a 50. Eso lleva a pequeños hurtos, a faltar a clase, hay indicadores de comportamientos que se desvían del comportamiento normal.
Eso para los niños, pero pensando en los padres, ¿qué deben tener en cuenta que les pueda poner en alerta?
—En primer lugar, el tiempo que le puedan estar dedicando a estar delante del ordenador o el móvil. Pero hay otros indicadores que ayudan más, que son los que nos indican qué cosas ha dejado de hacer el menor; por ejemplo, si antes estaba en una asociación deportiva y ha dejado de ir, o el tema de los estudios, que empieza a haber fracasos, que deja de lado a los amigos e incluso a los hermanos... Algo está ocurriendo y hay que estar pendientes y actuar con responsabilidad a lo que están haciendo nuestros hijos.
Hasta solicitar ayuda profesional, entiendo que se pueden dar unos pasos previos, ¿qué se puede aconsejar a unos padres que detectan esas situaciones?
—Lo primero es estar abierto a que existe esa posibilidad. Cuando un profesor llama a los padres y empieza a decirles que están viendo dificultades, que se queda dormido en clase, que tiene problemas con las notas o situaciones de violencia; lo primero que suelen hacer los padres es ponerse a la defensiva en vez de sentarse en la mesa con el profesor para ver qué es lo que se puede hacer, porque además es lo ideal. Ante los primeros síntomas hay que abordar el problema. Lo que ocurre igualmente es que muchos padres han perdido la autoridad en su casa, porque el mismo niño no se la da. Y cuando los padres ven lo que ocurre deciden pasar del tema. De hecho, nosotros tuvimos que abrir un programa para padres que no tenían autoridad ni para traer los niños a tratamiento. Con ese programa damos a los padres el empoderamiento necesario para que se dirijan a sus hijos con autoridad y les dijeran que tenían que ir a Proyecto Joven, que es el siguiente paso.
¿Y la autoridad perdida se recupera?
—Por supuesto. El problema es que existe mucho miedo. Hay niños que son los que mandan en las casas, con las vestimentas, la alimentación, los horarios, la televisión... Es una situación en la que los padres tienen que implicarse-complicarse, porque es una complicación tener que decirle a un niño no y entrar en conflicto. Los padres están de acuerdo en el mensaje que se le va a dar, y no utilizar a los niños. Las situaciones de separación, por ejemplo, obligan a que los padres empleen siempre el mismo mensaje, porque si no los niños utilizan el camino de en medio. No es lo mismo ser un padre autoritario que con autoridad, y eso lo valora el niño.
¿Qué mas crecimientos de adicciones están advirtiendo, porque llegan noticias de otros países, como EEUU, en los que está creciendo de nuevo el consumo de heroína?
—Hay una situación muy distinta entre EEUU y España. Aquí hay comunidades con un 5 y 10% de casos atendidos por heroína, pero nosotros nos movemos entre el 3 y el 5%, y no se puede hablar de repunte. Hay un aumento en los decomisos de la Policía, pero ellos reconocen que no es alarmante.
¿Y la cocaína?
—En cocaína seguimos siendo un país de alto consumo, entre el primero y segundo con Reino Unido. Una sustancia que preocupa mucho son los psicofármacos, que es una droga que es legal, recetada por un médico, pero no se puede permitir que una persona empiece a consumirla y se mantenga durante años, cuando realmente debía estar solo un tiempo y que se identifique por qué se tiene ansiedad, y no dar solo el medicamento.
¿Ha cambiado el consumo de cannabis, sobre todo en lo que respecta a la edad en la que empieza a consumirse?
—En cannabis lo que sucede es que se está estabilizando el consumo, siendo muy alto, y la edad se quedó paralizada a los 12-13 años. Sí se ve que las chicas consumen más alcohol en edades más tempranas que los chicos, pero también llega un momento en que dejan de consumir y no se enganchan, pero los chicos sí lo hacen.
¿Qué ocurre con la ley sobre alcohol y menores?
—Es una ley que llevamos trabajando desde hace 15 años y que cuando hay una presión exterior por algún caso trágico se reactiva, junto con el movimiento social, pero no con la suficiente fuerza para presionar al Estado para que saque definitivamente una ley de alcohol y menores, y sospechamos que hay mucha presión e intereses, porque siendo un tema prioritario y dañino para nuestros menores sigue sin salir a la luz.
¿Pero los adolescentes de hoy en día fuman o beben menos que los de antes?
—Nosotros atendemos ahora a más personas. El tabaco bajó el consumo, el alcohol se mantiene. No hay una situación de crecimiento como la que se produjo hace unos 15 años, pero lo que sí nos preocupa es la banalización del consumo de sustancias como el cannabis entre los menores, porque piensan que el tabaco es más perjudicial que el cannabis. Hay ahí una desinformación interesada para introducir en el mercado el cannabis, sabiendo que tiene muchas repercusiones, no solo en el desarrollo del sistema nervioso central, sino en el tema anímico, en los estudios... La evidencia científica así lo señala.
Ustedes hacen también una labor muy importante en las prisiones, ¿cuál es su cometido?
—El cometido es que si hoy es lunes y mañana viene el educador de Proyecto Hombre viene a verme, yo tengo ya una expectativa y una ilusión, porque sé que me voy a sentar en un grupo, me van a escuchar, van a poder atenderme personalmente si tengo algún problema, después mi familia va a poder llamar a esta educadora y le podrá contar cómo me encuentro.... En 2018, hemos conseguido que 34 personas en lugar de estar en prisión, esté cumpliendo prisión en el centro, y para nosotros es muy positivo.
Dice que ha pasado la crisis, ¿pero se puede vincular crisis a adicción?
—Nosotros lo vimos y solo detectamos un aumento del consumo de alcohol y descenso del de cocaína, pero no fue significativo.
Móviles en los colegios, ¿sí o no?
—Pienso que no. Porque lo que hay que hacer con los móviles es enseñar a hacer un uso responsable de los mismos. Lo ideal sería que se pudiera trabajar con el móvil, controlado, con un uso responsable, pero sabemos que eso no es real y no se lleva a cabo. El centro educativo llega hasta donde llega, y si creo que no voy poder llegar es mejor no asumir el riesgo. Lo que está claro es que hay que enseñar a usarlo. Cuando a un padre regala un móvil a un niño de 8 años, desde el principio ya lo está haciendo mal. Nosotros pensamos que una edad adecuada podría ser los 14 años. A partir de ahí educar dentro de las posibilidades para que se haga un uso responsable.
Dígame tres consejos útiles para padres con hijos preadolescentes.
—Una de las cosas es que a la hora de acompañar a nuestros hijos, se haga desde el ámbito de la familia, del colegio, y desde una asociación para el tiempo libre, para contrastar la evolución de mi hijo. También hay que dar el mismo mensaje dentro de la pareja, no contradecirnos. Y cada vez se habla más de hábitos de vida saludable: la lectura, el tiempo libre, la autoestima, la alimentación. Al mirarlos no solo hay que ver si consume o no alcohol, sino abrir más el abanico y comprobar otras conductas, como el sedentarismo, el insomnio, la obesidad... porque están todo el día jugando con el ordenador. Hay muchas vertientes.