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Miércoles de Feria, un apogeo programado

La mujer se erigió en protagonista de un miércoles de lleno casi total en las casetas, con mesas reservadas semanas e incluso meses atrás

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El calor aprieta y hay que refrescarse.

Algunos de los primeros grupos de mujeres en aparecer por el Real.

Encontrar mesa a la hora del almuerzo, complicado.

El paseo de caballos también lució este miércoles.

Ambiente en el interior de una caseta.

Grupos de jóvenes paseando por el Real.

Encontrar mesa para almorzar un miércoles de Feria es casi tan difícil como dar con el paradero del histórico pendón de la ciudad. Porque el miércoles de Feria es ese día en el que da igual que haga calor o haga frío, que llueva o ventee. El miércoles se vende solo y con semanas y meses de antelación. Es el único día organizado cual cadena de montaje alemana. Se programa la sesión de peluquería, el horario de salida del autobús, la llegada a la portada, el baile en el templete, el recorrido hasta la caseta, el menú, la actuación, el coche de caballos...

Las mujeres preparan su día a conciencia, como si de unas oposiciones al Registro de la Propiedad se tratase. Y por eso, como el guión es el guión, el miércoles de Feria amanece algo más temprano en el parque González Hontoria. No hay que esperar a las cuatro o las cinco de la tarde para que haya ambiente en los paseos o en las casetas, porque a eso de las dos empiezan a pisar el albero reuniones llegadas de Jerez, resto de la provincia y buena parte de Andalucía y Extremadura. Ya no es que se reserven mesas, es que se reservan casetas completas.

Así que si llega usted algo más tarde y aparece por el Real a lo loco, sin reserva previa, más vale que busque mesa en uno de los chiringuitos que se levantan en los bajos del ferrocarril o aproveche para buscar el pendón.


Encontrar aparcamiento, tratar de encontrar el sitio perfecto para comer, el lugar con el ambiente ideal y en el momento justo, esperar a que el camarero tome nota, a que llegue ese último serranito que siempre se olvida, guardar cola en la semioscuridad de ese pasillo que conduce a un wc portátil -lugar de peregrinación al que debe acudirse al menos una vez cada tarde-, caminar y caminar hasta los cacharritos alcanzar..., y preguntar de nuevo quién es el último para montarse en un coche tropezón previa peligrosísima carrera por resbaladiza pista de chapa que parece siempre recién pulimentada.

Si hace el cálculo se dará cuenta de que a pesar de que vaya todos los días a la Feria, en realidad puede decirse que en la Feria Feria, lo que se dice en la Feria, estuvo un cuarto de hora. El resto se lo pasó buscando o esperando algo. Y pagando claro.  

Los grupos de mujeres mandan en el Real en el primer tramo de la jornada del miércoles, porque a medida que avanza la tarde ya todo empieza a nivelarse y los volantes tienen que compartir el protagonismo sobre el albero con el resto de ingredientes del que quizá sea en su conjunto el día más multitudinario de la semana.

La meteorología condiciona en buena medida el desarrollo de la Feria. Este miércoles pareció amainar el levante que tanto había molestado en las jornadas previas, pero en algunos momentos la ausencia de esa brisa acrecentó la sensación de calor. Dicen que ahora llegará el turno del poniente, porque ya saben que esta provincia de Cádiz está entre dos mares, “la que parió al levante y la que parió al poniente”, que diría el Sabio de Tarifa. Y el parque está ahí, en medio de todo, con su albero preparado para lo que haga falta.  

A primeras horas de la tarde se entregaron los premios del concurso de casetas (en esta ocasión para El Trasiego, González Byass y La Gañanía), que reconocen la apuesta que año tras año hace un reducido grupo de caseteros por darle prestancia a la Feria del Caballo. Porque la mayoría parece limitarse desde hace ya mucho tiempo a tapar los hierros, colocar una barra y habilitar ese pasillo de peregrinaje obligado hacia el habitáculo portátil. Y así se da la paradoja de que compartan paseos y espacio en el Real diseños cuidados hasta el extremo con monumentos al reciclaje de tablones viejos a los que apenas se da una mano de pintura. Ojalá algún día los segundos se miren en el espejo de los primeros.  

Tampoco estaría de más -ahora que tanto se habla de la adaptación a los tiempos de las ordenanzas que regulan la Feria del Caballo- que se premiara igualmente el ambiente de las casetas: las actuaciones, la música, el servicio, la atención a las personas que requieren de algún tipo de ayuda para disfrutar de la fiesta en plenitud o de la eliminación al menos de las barreras físicas que generalmente se lo impiden... Quizá esta vía pueda generar un mayor grado de conciencia que las meras sanciones, que hasta ahora se han mostrado ineficaces.

Pero antes incluso de debatir acerca del estilo de música que se apodera del Real desde tempranas horas de la tarde sería oportuno quizá controlar al menos el nivel de decibelios que emana de cada caseta en cuanto las mesas dan paso a la pista de baile. La convivencia entre casetas se hace imposible, pero es que tampoco resulta siquiera agradable pasear junto a sus terrazas. Claro que esperar a que se tomen cartas en este asunto es algo así como esperar que algún día se ofrezca un uso alternativo al parque González Hontoria en cuanto el camión de Ximénez se lleve la última bombilla del alumbrado.

La Feria ha alcanzado ya su cénit. Este miércoles programado casi de principio a fin avanza hacia esa hora en la que se entremezclan en el parque los zapatos empapados de albero con aquellos otros que acaban casi de desembarcar. El programa de la excursión (todo incluido) fijaba regreso al autobús a las ocho de la tarde. A unas les ha parecido mucho y otras se han quedado con ganas de ver cómo se enciende el alumbrado. Kilómetros por delante al amparo del aire acondicionado para tratar de curar rozaduras y ponerse en manos del ibuprofeno.

Las traseras de las casetas que dan con el parque de la Rosaleda o los jardines de El Bosque retiran una de las chapas para que entre aire en las cocinas. A esta silenciosa trastienda de la Feria llegan entremezclados los sonidos del exterior, en una verdadera sinfonía del estruendo. Se cuentan billetes y repasan pedidos. Podía ir mejor, pero no va mal. En el fondo nunca va mal, aunque ahora sí que pueda ya encontrar una mesa libre.

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