A un paso de las vacaciones, nos planteamos el día a día del par de meses largos que tenemos por delante. Se descuelgan los viajes, planeados con la antelación ofertada por la página Web seleccionada entre cientos de ellas, cuyos precios y atractivos intervienen en la decisión final, con la sombra de la sorpresa oscura revoloteando, espantándola sin gestos ni palabras. Ya no se ven -excepto en las películas de la época que pasa Cine de Barrio- aquellas imágenes del utilitario con la baca sobrecargada, los niños apretujados y el conductor con la gorra blanca, iniciando el camino a la costa que chivateaba una caña de pescar, asta peculiar que buscaba el aire por la ventanilla del copiloto. En el hogar, a salvo del calor, el pensamiento surgía según la edad del espectador de entonces. El de la abuela se enfocaba al estropeo, al dolor corporal ocasionado por la postura sedente durante tantas horas. El del padre estaba en el descanso hasta la hora del aperitivo junto a una ración de calamares. El de la madre reparaba en lo que costaba el olor de unas cuantas mañanas junto al mar. Y el de los niños no dejaba de inventar diabluras en el agua y hacer batallas con bolas de arena hasta caer reventados con las espinillas despellejadas, escociendo con el roce de las sábanas.
Actualmente ha cambiado la forma de las vacaciones, el fondo permanece inalterable. El descanso no es el físico, porque el refrán es rotundo: no hay profesión más cansada que la del turista. Nada más cierto, ya que en cuatro días se puede visitar Grecia y pasear por media Europa en una semana. Con prisa o sin pausa, las vacaciones, el viaje es un paréntesis en la rutina que se abre con la ida y se cierra con la vuelta, se dice, para retomarla con más ganas, lo cual es discutible por lo de la depresión post vacacional y los temas que derivan del enfrentamiento a lo de siempre, a las noches con mosquitos, a las mañanas hacia el trabajo con el olor del ocio pegado en la nariz aunque se esté en un autobús, a ver boquerones en el plato en vez de un filete a la plancha, porque hay que eliminar los gramos ganados por la tranquilidad, pero sobre todo hay que arrostrar la pena de los niños, a quienes hay que consolar con los Reyes Magos como último cartucho, porque el verano lleno de aventuras se les ha terminado. Este trabajo le toca a la madre, tal vez la única que se alegra de volver porque aún no ha descansado.
En fin, ha pasado el primer fin de semana del verano dando comienzo la cuenta atrás, pensando en lo que van a contener las maletas. Con la esperanza de que sólo ellas pesen a la vuelta.