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Sevillaland

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Sevillaland es la ciudad a la que ha mutado Sevilla por mor de la fiesta. Si ya nuestra aura de urbe lúdico-feliz cubría la escala nacional, ahora alcanza...

Publicado: 29/09/2019 ·
22:42
· Actualizado: 29/09/2019 · 22:42
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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Sevillaland es la ciudad a la que ha mutado Sevilla por mor de la fiesta. Si ya nuestra aura de urbe lúdico-feliz cubría la escala nacional, ahora alcanza lo internacional. Cada quincena se lee en los periódicos el mismo titular: ‘este fin de semana coinciden tal inauguración-tal partido-tal entrega de premios-y cinco procesiones’. Lo de las cinco procesiones es un fijo en la quiniela. Antaño, Sevilla sólo se entretenía con las cinco procesiones y la caña en el Salvador. A día de hoy, imposible; a ver quién coge sitio en el Salvador.

También gozamos de especialización en la entrega de premios. Ciertamente ya se realizaban los del Ayuntamiento, pelín mustios, con sus galardones para colegios concertados, hermandades y oenegés. Siempre el equilibrado peso entre lo religioso y lo laico. No vaya a molestarse alguno de los que quedan opinando en la prensa escrita.

Ahora los premios son high class. Vienen actores, cantantes, entretenedores, influenciadores y presentadores de late nights. La crema, la élite, los famosos. Hasta el museo de Bellas Artes se ha llenado de influenciadores. Fueron tantos la otra noche en unos premios, que recolocaron algunos cuadros del tal Murillo, al que ya se le pasó el año, para que gozaran con holgura (los influenciadores).

Sevillaland está de dulce. Adoro a esta urbe que siempre ofrece algo fascinante en la calle. Nada de manifestaciones obreras, tan rancias en este tiempo de teletrabajo y startups. Ahora desfilan protestas cool: contra el cambio climático, el patriarcado, o a favor de la diversidad sexual y el derecho a decidir sobre el propio cuerpo.

Hasta la palabra rancio ha dejado de ser un insulto. Tal es el ambiente lúdico-enajenado de la ciudad, que los rancios gritan felices su condición. Se lo colocan en el estado del wasap, el equivalente a la chapa que te ponías en la cazadora vaquera. Jóvenes adultos se declaran rancios como si tal cosa, como si no te sumaras a un histórico grupo de sevillanos propicio a cercenar a esos otros que ahora se manifiestan en la Avenida. Los de la diversidad o el clima. Están forjando la memoria histriónica de Sevilla.

El centro comercial inaugurado este fin de semana es algo para emocionarse. Recordaba a la Expo, con su lago, sus efectos luminotécnicos, y las chapuzas e inundaciones de última hora. Por supuesto, como en el 92, Sevillaland se sobrepuso a todo y dio vida y alma, como sólo ella sabe, al nuevo centro de ocio y facturación. Menos mal que el Betis jugaba, es un decir, fuera. 

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