Después de dos semanas de cumbre climática en Madrid, de decenas de comparecencias, debates, reivindicaciones y propuestas, el único gran titular que puede extraerse a modo de conclusión lo ha ofrecido alguien ajeno a la propia cumbre, Paul Kingsnorth: “Sólo se evitará la destrucción de la vida en la Tierra si genera beneficios económicos. Así es como somos”. En una entrevista de José María Robles, publicada este viernes por el diario El Mundo, el autor de Confesiones de un ecologista en rehabilitación, llegaba a la citada conclusión tras asumir una realidad previa: “No hay suficientes personas que quieran un cambio radical, porque son conscientes del sacrificio que requeriría. Si detener el cambio climático interfiere en el crecimiento, no se detendrá”.
De hecho, para Kingsnorth, las cumbres del clima “son una farsa”, y considera asimismo que la mayoría de colectivos en defensa del medio ambiente han sido “absorbidos” por el capitalismo: “Pasan más tiempo en conferencias corporativas cantando las virtudes de la sostenibilidad y el consumo ético que haciendo algo tan ingenuo como cuestionar los valores intrínsecos de la civilización”, que es el eje central de su reciente libro, donde critica que no seamos conscientes de que la destrucción de la naturaleza sigue su curso “para que podamos comprar smartphones, cafés para llevar, automóviles, viajar en avión y nos conectemos a Facebook”.
Que su receta anticapitalista, que no deja de ser un titular sin fondo, casi una entelequia, sea una rendición al propio capitalismo -salvar el mundo a costa de que sea rentable-, no hace sino entender y retratar nuestra propia e inevitable naturaleza, la humana, y que tan bien condensó David Mamet en uno de sus excelentes diálogos: “¿Qué es lo que mueve el mundo, el amor o el dinero?. El amor. El amor al dinero, por supuesto”.
Ojalá haya quien sepa traducir las palabras de Kingsnorth y materializarlas, pero hasta entonces el mundo seguirá girando y el único sistema, además del solar, que parece impulsar su engranaje sigue ligado a la actividad económica, cuya reactivación se ha convertido en el objetivo político prioritario e indispensable, en el principal compromiso y en la única respuesta a la salida de la crisis, bajo el aparente esfuerzo de recuperar parte de la alegría y la estabilidad que empezó a florecer hace un par de décadas, puesto que el resto no era sino el trampantojo alentado por determinadas élites financieras.
Desde el gobierno central hasta el ayuntamiento más pequeño, todos comparten el mismo argumento: facilitar el desarrollo empresarial y la creación de empleo como base de la economía y del progreso del territorio. Y en eso somos eternos opositores en la provincia: siempre aprobamos el teórico, pero nunca el práctico, y hemos terminado por entregarnos a las oportunidades, que también hay que saber aprovecharlas:si no se ven “se tira todo a la marchanta”, como advierte Calamaro. Ha ocurrido en Jerez con el fenómeno de las zambombas, que no ha agotado aún sus posibilidades para generar mayor actividad económica; o en la costa con los festivales de verano; o en la sierra de la mano de la agroalimentación y el turismo rural. Todas, de hecho, remiten y participan de la que ha terminado por consolidarse como industria turística, que emergió como salvavidas al que muchos empresarios y emprendedores supieron aferrarse tras el naufragio, afortunadamente.
Puede que Kingsnorth no lo apruebe, pero, si se ha fijado durante su paso por Madrid, en nuestro país hay otros asuntos que nos quitan o dan más sueño en este momento que el cambio climático, incluso que el capitalismo, y tienen que ver, por ejemplo, con la vaselina. El socialista Emiliano García-Page no ha podido ser más explícito a la hora de describir el desenlace al que se encaminan las negociaciones de la cúpula de ERC con su (¿abducido?) secretario general, que ya lo condensa todo al ámbito de la “seguridad jurídica”: “¿En serio, Pedro?; really, Peter?”. Más vaselina. Lo peor, como ante las declaraciones del ecologista “rehabilitado”, es la reacción: demasiado silencio.