Sabíamos que en este mes de agosto las gotas de sudor, como "enamorada en celo" no iban a abandonarnos ni un solo momento, lo que no creíamos es que de nuevo las ásperas y amargas lágrimas de la pandemia hicieran su aparición por el rebrote del Covid19.
La repetición no parece turbar nuestras conciencias. No tiene la capacidad del cañón de guerra que despierta en quienes padecen su daño, la unión como único medio de destruirle. Seguimos sin ser capaces de agruparnos todos, dejando ideales - que a veces son langostas en cultivos inocentes - resentimientos u odios y unidos conseguir esa fortificación que siempre da el calor humano, el verse rodeado de personas que muestran como único fin y deseo el poner en manos de sus ciudadanos lo mejor que tienen y saben. Qué distinta sería la colaboración. Necesitamos ver que todos estamos dispuestos - y en una sola dirección - a la lucha contra el virus. El ejemplo es el germen de la fe y su aplauso siempre romperá un silencio de decencia.
Amanece un nuevo día del caluroso mes. Plácida mañana. Reza en el dormitorio Maica Mohedas, mi esposa. Su fe, en la Virgen María. Algo que le enseñó con el ejemplo su hermano, el sacerdote Lucindo Mohedas, muy vinculado a la historia de nuestro pueblo. No llegó a cumplir tres décadas de vida. Su muerte estuvo rodeada de acontecimientos que dieron lugar a negligencias, injusticias y trato esclavizador. La Isla le ha dado aires de santidad. Algún día será preciso recordar su nombre.
No sé por qué he mirado el almanaque. Sorpresa. Hoy es 15 de agosto. Es fiesta en toda la nación. El día de la Asunción de la Virgen. La creencia viene de lejos, de los primeros siglos de nuestra Era. El Dogma lo estableció el día uno de noviembre de 1950 el Papa Pio XII. Nos lo enseñaron en la escuela junto al resto del catecismo. El cuerpo y alma de María fueron llevados al cielo después de terminar sus días en la tierra.
Eran otros tiempos de la Enseñanza. Si queréis ni mejores, ni peores, pero sí diferentes en cuanto a escala de valores. He releído hoy el dogma con emoción desconocida. Una mujer que vivió entre nosotros, dio a luz a un pequeño al que después acariciaba y besaba con especial ternura. Que lo vio crecer, admirando su inteligencia y sabiduría. Que quería tenerlo a su lado como humilde pescador o carpintero, pero que tuvo que sufrir al ver que al querer salvar la vida de los demás vio cercenada la suya, a muy corta edad, en una cruz fraguada con la madera del odio.
Su Asunción única (aparte la Ascensión de Cristo) cambia totalmente nuestro concepto del cielo. No es un lugar abstracto o virtual, donde los espíritus no tienen sentidos que los acerquen y vagan como humo de chimenea industrial, sino que allí hay un cuerpo físico, un icono celestial que quiere indicarnos que en el futuro de los tiempos, todos recuperaremos nuestros cuerpos y envolverán de nuevo nuestras almas. Allí podré conocer a mi madre, que la muerte se la llevó cuando yo solo tenía un año. Ver de nuevo a mi padre, hermanos, hijos, a todos mis seres queridos del brazo de mi amada. Esto es una ventana de la vida que yo no me había dignado abrir, a pesar de pasar múltiples veces ante ella. El alma siente nostalgia de los sentidos. Al Creador no se le ha pasado por alto y su dadiva última hacia nosotros, será este reencuentro.
Evolución, ciencia, ignorancia erudita y el presumimiento progresista de una parte de la sociedad que gira sobre sí misma a lomos de una plataforma de mediocridad, movida por los resentimientos del poder, no sólo quiere estar en las antípodas de estas creencias sino que optan por arrinconarlas y anularlas. Ya es raro que no se haya suprimido esta fiesta. Como siempre el desunir es la "pértiga" de su cofradía. Nunca llegarán a comprender que Ciencia y Religión son caminos lisos y reales, que corren paralelos, para encontrarse en un infinito, lugar donde Dios es lo Absoluto.
Pasa la fiesta. Todo seguirá igual. Los problemas sin solucionar por falta de solidaridad y con un futuro que actualiza el color negro. Pero la abstracción vivida esta mañana, ha dejado en mí una huella tan profunda, como el grabado del herrero en el acero de la espada.