“Vivía en una bonita plaza, sola. Era muy mayor el pelo la delataba: aquel blanco amarillento, opaco, daba una pista de su edad, pasaría de los setenta años» Recuerdo que era sábado por la tarde. Mi madre me llevó a conocer la zona del barrio de San Bartolomé. Sabía moverme perfectamente por Jaén, pero ese barrio era todo de callejones estrechos sin iluminación, por lo que evitaba pasar por allí. Me llamo Inés tendría quince años. Me sentía adulta, capaz de hacer cosas que mi madre ni imaginaba, pero ella me seguía viendo como una niña, así que pensó que lo mejor era acompañarme la primera vez. Jaén y sus plazas, todas con el encanto que les da el paso del tiempo convirtiéndolas en monumentos históricos. Mi ciudad, una de las más antiguas de Europa, existen dataciones desde tiempo de los íberos, conservando restos arqueológicos en buen estado. Al llegar a la Plaza de San Bartolomé vi por primera vez la iglesia que le da el nombre. Muy bonita, de estilo barroco, de las más ancestrales que descubrí. En realidad, no era una plaza sino tres, todas con fuente central; la más grande de planta irregular, ese desnivel se salvaba con un muro rematado en poyetes donde poder sentarse, eso hicimos, una breve parada para admirar aquel entorno. Era primavera sus naranjos desprendían aquel olor que tanto me gustaba, inspiré profundamente. Le conté a mi madre que en el instituto unos compañeros nos habían hablado de una casa embrujada frente a la iglesia. Ellos habían estado allí y consiguieron ver un fantasma. Vimos que habían llegado a la plaza un grupo de siete u ocho niños que estaban echando pan dentro de la ventana de una casa antigua por la que no paraban de salir y entrar gatos, mientras gritaban: ¡Bruja! ¡Loca! ¡Guarra! De repente escuchamos un alarido terrorífico, espantoso: –¡SORS D`ICI LAISSE MOI TRANQUILLE! (¡Largaos. Dejadme en paz!) Ese grito les causó tanto pánico que todos comenzaron a correr sin mirar, chocándose unos con otros al intentar huir de aquel lugar. Me dirigí hacia aquella ventana como si un imán me arrastrase sin poder parar. Mi curiosidad me hizo mirar por los barrotes. De repente la viera real, allí estaba: pelo largo cano descuidado cubriendo parte de su rostro y aspecto esquelético. Era cierto lo que decían. Parecía un fantasma, se esfumó. –¡La he visto es una vieja es real no es un fantasma! ̶ dije aturullada. –Tranquila, habla más despacio, así no te entiendo, ¿has visto una vieja? ¿dentro de la casa? — me dijo mi madre. –Sí eso, la he visto. Tiene aspecto fantasmagórico, pero es una mujer mayor. ¿Quién es? ¿Por qué está sola? ¿Cómo puede vivir con ese olor asqueroso? ¿Por qué está rodeada de gatos? –¿Quieres saber quién es Aurora y porqué vive así rodeada de gatos? Te contaré su historia. Aurora nació en Madrid, pero su familia la envió a estudiar a una Universidad en Francia, su forma de pensar y actuar era demasiado “moderna” para la época que le tocó vivir, la guerra civil. Como era excelente en sus estudios (para que no la encarcelaran por revolucionaria) sus padres decidieron enviarla fuera de España. Le gustaba vestir con pantalón y fumar, pero lo que realmente le hacía feliz, sentirse libre, era escribir. Lo hacía con una delicadeza exquisita. En la universidad comenzaron a publicar su poesía alcanzando fama en toda Europa. Le publicaron varios libros, en francés, en España su obra estuvo censurada por la dictadura. Contaban que en Francia tuvo de profesor a Juan Ramón Jiménez. ̶̶ Mamá ̶ ̶ le interrumpí— ¡Habla en francés! por eso no entienden lo que dice y piensan que es un fantasma. – Sí, habla francés. En esa época tuvo varios romances apasionados, pero ninguno la hizo feliz. Se refugiaba en su poesía romántica. También escribió alguna obra de teatro e incluso se representó en París. Así conoció al que fue su marido Eric, actor en una de sus obras. Se casaron a los pocos meses de conocerse, vivió su mejor momento, escribía, era feliz con su marido, hasta que llegó aquella horrible enfermedad, la que nadie quiere decir su nombre. Dicen que lo tenía en los pulmones de tanto fumar. –¿Aurora enfermó de cáncer? –No hija, fue Eric el que enfermó. Aurora gastó todo el dinero en los mejores médicos para salvar la vida de su marido, las estancias en el hospital, las operaciones…Todo eso la dejó en la ruina. Dicen que las últimas palabras de Eric fueron “No te dejaré sola”. Ella contó que en ese mismo momento vio un gato en la ventana de aquella habitación. Nunca había visto gatos por allí. El hospital era muy estricto en ese tema por la transmisión de posibles enfermedades. Eso le hizo creer que Eric había adoptado la forma de un gato para seguir junto a ella, cuidándola, hasta que llegara la hora de volver a reunirse. —¿Cómo llegó hasta Jaén si vivía en París? -la volví a interrumpir-Tú eres mucho más joven que ella, ¿quién te ha contado la historia? — Me la contó la abuela. Su familia la trajo a España, la casa en la que vive era de su tatarabuelo, el Conde de Águila. Se la regalaron para alejarla del bullicio de Madrid. —¿Su familia creyó que estaba loca? — Una mujer que ha hecho tanto por todas nosotras, siendo ella misma, sin dejar que la dominaran, no merece insultos de nadie. Por eso he querido contártelo para que tú también lo cuentes y demos a esta señora el respeto que merece. «Quedé realmente fascinada por Aurora. Aunque la situación en la que vivía me pareciera casi inhumana, la había escogido ella. Era feliz así. Quizás no entendiésemos aquella cabeza tan inteligente, tan avanzada. Pensé que no tendría nada al azar, tendría todo planeado. Incluso pensé que cuando muriese dejaría su casa a la ciudad, a todos nosotros, para que se utilizara en algo creativo relacionado con las nueve musas que a ella tanta inspiración le dieron y quién sabe si aún no la seguían inspirando, dejando a Jaén un legado inédito»
Jaén
La vieja de los gatos (Jaén, año 80)
“Vivía en una bonita plaza, sola. Era muy mayor el pelo la delataba: aquel blanco amarillento, opaco, daba una pista de su edad, pasaría de los setenta años...
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