La aceptación y difusión de la obra de César Vallejo (1892 – 1938) cobró tras su muerte una trascendencia mayor de la que tuvo en vida. La publicación de sus “Poesías Completas” en la editorial Losada, en 1949, prologada y anotada por César Miró, supuso un significativo impulso a la espléndida labor lírica desarrollada por el autor peruano.
Sus dos primeros poemarios, “Los heraldos negros” (1918) y “Trilce” (1922), encontraron un cierto vacío entre el público y la crítica. Tal vez, esa falta de atención y sus deseos de llegar a una Europa bulliciosa y vanguardista, animó su espíritu para embarcarse rumbo a otro espacio y otro tiempo. En 1923, llega a París y comienza a colaborar como redactor en distintos diarios. Su delicada salud y las precariedades económicas complicaban suvitalismo pero,para él, su afán y su vuelo literarios seguían siendolo primordial. En la capital francesa tomó contacto con buena parte de la intelectualidad de entonces, además de Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Juan Larrea…Viajó a la URSS y a España, donde residió un año, y se afilió al Partido Comunista en 1932. Es sabida su adhesión a la causa republicana y, aún más, su inolvidable “España, aparte de mí este cáliz”, publicado en nuestro país de manera póstuma en 1939.
También lo fueron estos “Poemas humanos”, que ahora daa la luz Galaxia Gutenberg y que recuperan los 76 textos escritor por César Vallejo entre 1931 y 1937. En su lúcido prefacio, Julieta Valero anota cómo sus versos están “saturados de la conmoción y del placer neto de existir, y por ello mismo atravesados de finitud y de conciencia del final: `Haber nacido para vivir de nuestra muerte´”.
El volumen viene signado por el dolor y la angustia, por el anhelo y la llama, por lo telúrico y lo empírico. Un sostenido y revelador existencialismo sacude estas páginas en las que el yo tensiona su lenguaje, su alma, para vivificar todo aquello que ha sido suyo. De ahí, que amalgame su ayer peruano con el hoy más europeo, su condición provinciana con los cafés parisinos…, mas lo que el lector puede aprender de estos poemas es la lección de humanidad que los envuelve. Porque en ellos pervive el aliento de un poeta que se sabe orgulloso de sus raíces y sus sueños, que se mide sucesivamente frente a la melancolía y el mañana, que apuesta sin máscaras por hacer de sí una voz común y solidaria: “A lo mejor, soy otro; andando, al alba, otro que marcha/ en torno a un disco largo, a un disco elástico:/ mortal, figurativo, audaz diafragma./ A lo mejor, recuerdo al espera, anoto mármoles/ donde índice escarlata, y donde catre de bronce,/ un zorro ausente, enojadísimo./ A lo mejor, hombre al fin, las espaldas ungidas de añil misericordia,/ a lo mejor, me digo, más allá no hay nada”.
Desde ese “otro” que reescribe su propio acontecer nace el mejor Vallejo, el combatiente de la esperanza, el morador de vigilias, el mago de los soles y las sombras, el forjador de la palabra. El mismo, al cabo, que puso en su garganta su pena y en la tinta de su poesía su mayor verdad: “Me gusta la vida enormemente/ pero, desde luego,/ con mi muerte querida y mi café/ y viendo los castaños frondosos de París (…) ¡tánta vida y jamás! ¡Y tántos años,/ y siempre, mucho siempre, siempre siempre!”.