Más de una década después de la edición de “La brújula ciega” (2009), Juan Ramón Barat da a la luz “Si preguntan por mí” (Renacimiento. Sevilla). El poeta valenciano (1959) ha vertebrado un poemario de amplia sintaxis y homogénea semántica que remite en su mayor parte a territorios del ayer, a espacios irrecuperables, si trascendentes aún en su espigada cotidianeidad: “Rutinaria y sencilla/ transcurría la vida en blanco y negro/ del mundo campesino en el que me crié (…) Los años se llevaron para siempre/ aquel sencillo mundo/ y acaso me quedé, sin darme cuenta,/ a vivir para siempre/ en algún fotograma de la infancia”.
Con un verso preciso, emotivo, ritmado con sabia cadencia, su decir va conformando un universo de íntimo contenido que reinterpreta, a su vez, el misterio y la realidad que esconde ese don irrepetible llamado vida. Claro que el paso del tiempo posiciona al yo lírico en una atalaya distinta, más humana en lo empírico y más melancólica frente al tic-tac de las deshoras: “Y aunque sé que es inútil,/ hoy busco la belleza en este mundo/ de aromas envasados al vacío,/ de amor con mascarilla y profilaxis/ en el que sobrevivo como un náufrago”.
Dividido en cuatro apartados, “Sol de la infancia”, “Amor y geometría”, “Barro solo” y “El cuento de nunca acabar”, la palabra de Juan Ramón Barat encuentra en sí misma una cartografía de anhelo y de memoria que unifica el volumen. Y lo hace en una suerte de escritura que se torna posesión del instante, amor absoluto, humilde humanismo. Porque en el afán mismo de aprehender todo aquello que fue posible, se refleja también cuanto perfila el mañana, el intento ulterior por desobedecer a la finitud: “A través de la sombra/ del tabique del tiempo,/ del silencio infinito/ que el silencio alimenta/ ¿hasta dónde me arrastra/ esta sorda corriente del vivir?/ Alzo al cielo los ojos/ y su azul llameante/ mi pupila perfora./ ¿Qué misterio terrible/ se oculta tras la luz,/ de qué oscuro destino/ y en mí cifra su ser?”.
Al cabo, detrás del hombre, todo sigue alzado, vivo, y lo creado, lo pretérito, no muere. Y desde la sangre de ese espíritu irreductible, simbolizador de cuanto es materia esencial en su discurrir, el sujeto poético reivindica los dúctiles territorios de la memoria y vehicula su temblor, su angustia, su dicha, su constancia…, al hilo de lo que supo -y sabe- plenitud. Su diario acontecer también consigna lo aprendido y desde ese anhelo rescribe su empeño, su mejor verdad: “En la simple liturgia/ de cada nuevo día/ hay un advenimiento/ de gozo que somete al desamparo/. Cede la noche y fulge/ como una flor inédita la fe”.
Mediante una forma lírica muy pulcra, Juan Ramón Barat despliega, en suma, un conjunto de lúcidos versos donde se hace eco de sí mismo, donde reflexiona e infiere que la existencia resulta más amable cuanto más cerca estamos de “la exacta geometría del amor./ Margarita que nadie deshojará del todo.”