Se va noviembre, el mes de los muertos. En España siempre ha habido una fuerte tradición de ir al cementerio, de llevar flores y limpiar tumbas y nichos...
Se va noviembre, el mes de los muertos. En España siempre ha habido una fuerte tradición de ir al cementerio, de llevar flores y limpiar tumbas y nichos; pero ahora como todo evoluciona y no podemos abstraernos de las costumbres globales, nuestro mundo se identifica cada vez más con las películas de EEUU y cada vez celebramos más esa fiesta pagana y de monstruos que es el Halloween. Este año, por ejemplo hemos tenido en los medios de comunicación un claro ejemplo de lo que es una scary movie dirigida por Garzón y con guión de ¿Tarantino? Un remake de miedo de La Noche de los Muertos Vivientes, con las imágenes que recuerdo del famoso vídeo de Michael Jackson. Y todo porque de repente nos ha tenido en vilo la idea remota de que Franco y otros tantos muertos no estuvieran muertos, o si acaso que se levantasen de sus tumbas para atormentar o reclamar, o constituirse en parte en ese proceso abierto que se ha cerrado al final del final de este mes. Como debe de ser por pura poética, por puro esperpento patrio, porque aquí en España a quienes escribimos artículos en la prensa nos lo ponen así de fácil. Todo en esta vida es susceptible de tratarse con humor, es el aliento que nos queda cuando se nos pinta todo de negro. El director de cine Ernst Lubitsch, victima del nazismo en Austria, fue capaz de reirse de él en numerosas películas (Ser o no Ser), Chaplin, en pleno conflicto, fue capaz de rodar El Gran Dictador; La Vida es Bella, es una de las películas más irónicas y divertidas que han podido rodarse sobre los Campos de Concentración de la Segunda Guerra Mundial; Y aquí La Vaquilla nos explicaba muy bien cómo somos, es por nuestra tradición que mantenemos todavía un tono grave y serio, un tono dramático, sin dejarnos, a lo mejor, el escape del humor para tanta miseria como puede devolvernos de un vómito nuestro pasado, una locura colectiva.
Yo no tengo la edad suficiente para poder recordar la dictadura de Franco y por supuesto de la guerra civil española he visto y conocido lo que todos, algo de tradición oral, algo escrito y algo imaginado; yo siento un respeto profundo por las familias que buscan los restos de sus seres queridos, de sus familiares, de sus cuentas pendientes y de sus recuerdos. Y también debo de sentir un profundo respeto por quienes prefieren recordar a sus seres por las cartas, por las historias contadas, por sus restos de vida o por ambas cosas. Yo prefiero recordar al poeta en Nueva York, su pelo negro, su gesto alegre, prefiero leer sus libros que ver sus huesos, prefiero conocer su vida que su muerte, prefiero imaginarlo recitando en la Residencia de Estudiantes que despojo en la tumba de Viznar.
Pero es que no hay nada mejor en esta vida que el humor y la tolerancia y para ello respetar que cada uno haga lo que sienta. A lo mejor este noviembre negro nos deja por fin algo positivo, la capacidad de recordar sin rencores de unos y de otros a todos aquéllos, sin distinción, que murieron sin sentido.
Quizás por eso Garzón ha acertado al anunciar, por si acaso todavía queda alguien que no se haya enterado, la misma frase que dijo Arias Navarro con 33 años de diferencia: Españoles, Franco ha muerto. Se fue noviembre, en fin y ha llegado diciembre blanco de nieve, el mes de la Constitución.