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Un año sin el macabro chantaje terrorista

El consenso entre Gobierno y oposición debe ser la base para trabajar contra ETA desde la democracia

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Este tipo de efemérides no deberían ser celebradas, puesto que más que una señal positiva, pueden lanzar una exigencia a los terroristas para tener que demostrar que siguen activos. Pero la verdad es que la ausencia de titulares y fotos en los periódicos teniendo que lamentar las muertes provocadas por la cobardía de la banda vasca es ya en sí mismo una noticia muy importante para el país. Lejos parece quedar ya el debilitamiento de las fuerzas políticas en la lucha antiterrorista debido a la confrontación entre ellas. El Estado es más fuerte ahora que los dos partidos mayoritarios se han dado cuenta de que aquí no valen los votos, que este es un tema tan sumamente importante como para caminar de la mano. Y así parece que se están haciendo bien las cosas. Un año sin muertes canallas. Y un año en el que ETA está mostrando cada vez más signos de debilidad, de forma paralela a las muestras públicas de consenso entre Gobierno y oposición sobre cómo se debe combatir al chantaje terrorista. El ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, era claro esta semana acerca de la posición a seguir frente a la situación actual de la banda. Ninguna declaración. Ninguna respuesta a un grupo de extorsionadores que no participan de la democracia. Y la mayor de las atenciones policiales para seguir evitando que vuelvan a matar. La noticia es un aliento de esperanza para un país que ya se estaba acostumbrando demasiado a que el tiempo entre muerte y muerte fuera cada vez más escaso. Y es un signo de que la política contra ETA está siendo eficaz. Casualmente, se cumple prácticamente un año desde que el nacionalismo abandonó Ajuria Enea, y la política de consenso entre el PSOE y el PP firmó un pacto histórico en el País Vasco, con Patxi López a la cabeza. Ese es el camino a seguir. Y el de la constancia de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Las leves sacudidas a este equilibrio, como la reciente polémica sobre el acercamiento de presos vascos, no debe servir para romper un esquema que nunca se tuvo que haber abandonado. Un año sin llorar es también un año que nos da tiempo suficiente para pensar.

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