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Sevicias aeroportuarias

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En un aeropuerto de Florida han obligado a una anciana de 95 años, enferma terminal, que iba en una silla de ruedas, a quitarse el pañal urinario en busca de explosivos.


Seguramente el porcentaje de idiotas entre los empleados de seguridad de los aeropuertos es semejante al que existe entre periodistas, cultivadores de rosas e inspectores fiscales, pero ¿por qué tenemos la sensación de que en los servicios de los aeropuertos se concentra el mayor número de tontos?

Es muy probable que se deba a la incomodidad de someterse a las estúpidas normas de la Unión Europea que, teóricamente, nos previenen de los ataques terroristas. “Son normas de la Unión Europea” dice con énfasis el empleado, cuando le obliga a tu esposa a descalzarse, como si en la Unión Europea no hubiese mentecatos o estuvieran rigurosamente prohibidos. O sea, que si un bobo de la Unión Europea ordena una cretinez, se convierte en algo inteligente.

En algunas ocasiones el reglamentista que me toca para revisar el equipaje quiere saber si en el interior de mi maleta llevo nitroglicerina en un estuche de crema de afeitar, y, entonces, como no es representante de la autoridad, le digo que venga alguien de la Guardia Civil.

El miembro del Cuerpo que viene suele llegar de una mala leche visible a simple vista, y comienza a preguntar que qué me pasa, yo le digo que nada, pero que los empleados de seguridad no son agentes de la autoridad y quiero que se cumplan las normas. Como premio, anota el número de mi DNI.

En el inconstitucional fichero de la Guardia Civil, Cuerpo al que he loado tanto en artículos y reportajes que casi parezco un pelotillero, debe figurar, junto a mi nombre, la leyenda de que soy un bronquista, porque hemos llegado a un punto en que enfrentarse a la tontería y a la memez se considera un signo de rebeldía peligrosa.

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