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Desde mi azotea

¿Pedigüeños o marginados de la sociedad?

El título no llegará a expresar todo el sufrir de estas personas desfavorecidas, porque el problema tiene la suficiente amplitud que se queda corto

Publicado: 22/12/2024 ·
15:11
· Actualizado: 22/12/2024 · 15:11
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Autor

José Antonio Jiménez Rincón

Persona preocupada por la sociedad y sus problemas. Comprometido con la Ley y el orden

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Es una pobreza invisible, porque no pide limosna en la calle, pero habita entre nosotros, en nuestros barrios, en el piso de al lado. Carlos Susías, presidente de EAPN-España.

Quiero homenajear con este artículo a todas aquellas personas que cada día se movilizan en la Sociedad Caritativa El Pan Nuestro y dedican su tiempo para conseguir alimentos en centros comerciales o a través de donaciones privadas o públicas, con objeto que no falte en el comedor el sustento para aquellas personas necesitadas. Esas de las que muchas personas ignorantes definen despectivamente como “gente que no trabajan porque no quieren y buscan lo fácil”. Estos centros no solo surten de los alimentos necesarios en forma de comida de fogones, también de aquellos otros para seguir consumiendo en su casa artículos primordiales, como los que cualquiera de nosotros necesitamos cada día, como pañales y artículos de limpieza para bebés, potitos, medicinas para niños y ancianos, aceite, conservas, legumbres, etc. Además del sustento, se ayuda en lo que se pueda para pagar los alquileres, la luz y lo más elemental de una casa, aunque muchas de estas personas, por desgracia, viven entre cartones y plásticos. El Eclesiastés 11:1-4 dice: “Dale de comer al hambriento, y un día serás recompensado. Comparte lo que tienes con siete y hasta ocho amigos, pues no sabes si mañana el país estará en problemas. Cuando las nubes se ponen negras, de seguro va a llover. Cuando el árbol cae, no importa de qué lado caiga; donde cae, allí se queda. ¿Quién sigue esta enseñanza?”.

Ese “dar de comer al hambriento” va mucho más allá, pues estos colaboradores necesarios también realizan gestiones administrativas, y la posibilidad de reintegrar a estas personas a la vida laboral. Todos los miembros de El Pan Nuestro llevan a cabo una labor altruista que no tiene precio. Y, llegados a este punto, me acuerdo también de mi padre -fallecido en 1977-, que llevó muchos años el cobro de los recibos de San Vidente de Paúl, cobro que solo le traía problemas y calentamiento de cabeza porque en aquellas fechas 5 pesetas al mes, incluso para gente de poder adquisitivo alto pero pobres de corazón, les parecía una cantidad enorme y lo hacían ir una y otra vez a cobrarles. Esto le dejaba una mísera peseta de cada cobro, pero él siempre decía que los pobres lo necesitaban y mientras pudiera, allí estaría para ayudar. Mi familia también vivió muchos años de Cáritas.

El título de este artículo no llegará a expresar todo el sufrir de estas personas desfavorecidas, porque el problema tiene la suficiente amplitud que se queda corto con un solo artículo. Intentaré añadir un segundo y, quién sabe, si un tercero.

Lo primero que nos preguntamos es: ¿son pedigüeños por vicio cuando piden dinero o son unos marginados de la sociedad? Podríamos manifestar que hay un poco de todo. A la calle se accede a través de la pobreza. Nadie está en la calle porque quiere. En la calle hace frío, calor, suciedad, desnutrición, rechazo, insultos, agresiones, desprotección, falta de higiene, nula atención médica o farmacológica, etc. ¿Alguien puede pensar que en la calle se vive bien? Pues todavía mucha gente piensa que están ahí porque quieren; porque están “muy a gusto” y no desean vivir su vida de otra manera. Puede que en alguna ocasión puntual se pueda dar esa simbiosis. Pero las que están ahí, en la calle, no lo están por propia voluntad si pudieran estar en otro lugar más acomodados, ¿no lo estarían?

¿Cómo se llega a este estado tan degradante? Es una cuestión de lógica aplastante y no hace falta ser psicólogo, ni investigador para conocerlas. A la calle se llega porque no tienes nada. Has perdido el trabajo, no puedes pagar la hipoteca ni los gastos de una vivienda, te has divorciado y no tienes a nadie que te de cobijo, eres un enfermo alcohólico o drogadicto, también por el juego y las deudas y entras en una dinámica peligrosa. Pierdes tú dignidad como persona. Es la pescadilla que se muerde la cola, como dicen los psicólogos especialistas, a más paro y menos recursos, más depresión y más marginalidad y emprendes un camino peligroso, el alcoholismo o la drogadicción, el juego, las mentiras, etc... Eso que dicen algunos que el alcohol o las drogas hace que todo se olvide, es una frase hecha de la que los cementerios están llenos. A veces sabemos de ellos, que están ahí, porque en los medios de comunicación sale una noticia -que solo publican en esos momentos- que ha aparecido en un cajero, en una casa puerta, debajo de un soportal, o en cualquier lugar un mendigo muerto. Qué palabra más bonita cuando somos cristianos “mendigo”, pues Jesucristo fue el primer mendigo del mundo. Y sin embargo lo adoran.

Solo un caso que ilustra estas muertes. El 16 de diciembre de 2005 Rosario Endrinal estaba durmiendo en un cajero en Barcelona cuando entraron dos jóvenes a agredirla. Consiguió echarlos, pero horas después regresaron con un menor de edad que traía un bidón de disolvente. Se lo echaron por encima y le prendieron fuego. Su asesinato fue el primer crimen de odio reconocido como aporofobia en España. La aporofobia como tal figura penal, apareció por primera vez en la LO 10/1995, de 23 de noviembre, del Código Penal en siete de sus artículos (22.4, 314, 510, 511, 512 y 515) Y en diciembre de 2017, la RAE, bastante tarde, introdujo en el diccionario el neologismo aporofobia definiéndola como fobia hacía las personas pobres o desfavorecidas, entendiendo por fobia: aversión, rechazo o repugnancia. Así pues, la aporofobia es el rechazo al pobre y al excluido.

CONTINUARÁ...

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