Susana llevaba padeciendo desde hacía años una vida difícil. Maltratada por su marido, se había refugiado en el alcohol y en antidepresivos y psicóticos que le ayudaban a sobrevivir a tantos insultos y agresiones. Su marido la consideraba una mierda, un objeto molesto que no valía para nada y a cada instante se lo demostraba con golpes, acompañados de insultos y amenazas de muerte. Su vida se tornó un calvario y, con el fin de agarrarse a una tabla de salvación, comenzó a consumir ginebra en varias dosis, que le ayudaba a soportar las heridas de la mente producto del miedo, un miedo paralizante. Con el paso de los meses, el alcohol no le ayudaba lo bastante para olvidar su sufrimiento. Buscó aumentar algo más su necesidad de olvidar y relajarse y comenzó a consumir medicamentos para la ansiedad y depresión que, mezclados con alcohol, aumentaba más la relajación. Salir cada día de la cama era un esfuerzo mental difícil de soportar, especialmente aquella mañana después de una noche horrible, como tantas otras, donde había sufrido -otra vez- el maltrato de su marido con golpes certeros. Pensaba que un día la mataría, pero no tenía fuerzas para denunciarle. Estaba atenazada por el miedo y el dolor.
Eran las once de la mañana y conociendo que él estaba en el trabajo, se levantó con mucha ansiedad y buscó a su compañera inseparable: la ginebra. Un buen sorbo y una pastilla de Valium 5 miligramos y otra de Escitalopram de 10 miligramos, lograron calmarla y relajarla hasta quedarse dormida en el sofá. Susana vivía en Padrón (Rías Bajas) y ese día, a las 18.45 horas, tenía cita con su psiquiatra en Ribeira, un municipio que dista 43 kilómetros de Padrón. Se despertó todavía aturdida y observó que eran las 18:00 horas. Se arregló como pudo y se subió a su coche. Le costó acomodarse y colocarse el cinturón de seguridad, dado su estado dipsomaniaco producto del alcohol y los medicamentos consumidos.
Hasta aquí querido lector o lectora, este artículo ha tenido parte de ficción y parte de realidad, ya que la protagonista -nombre imaginario-, sufría efectivamente malos tratos constantes a manos de su marido que fueron confirmados en varios juicios penales por un accidente de tráfico, ocasionado por ella, con dos fallecidos. Veamos qué pasó.
Hechos reales: Susana arrancó el motor de su vehículo y se dirigió a la carretera comarcal AC-305 sentido Ribeira. A cada kilómetro que iba avanzando, la carretera se le hacía más estrecha y no distinguía bien las señales de tráfico ni los paneles indicativos de los destinos. La recta por la que circulaba le daba la confianza suficiente para ir más rápido. Producto de su estado, no advirtió una señal de 70 kilómetros/hora y curva a la derecha. Sin saber a qué velocidad iría -el coche alcanzó los 130 kilómetros/hora- perdió la trayectoria curva y se salió por la tangente invadiendo el carril contrario. Solo recordaba un gran estruendo y la pérdida de la conciencia. Despertó tres días después en el hospital. Estaba entubada, con múltiples goteros y con algunas fracturas. Su potente coche, le había salvado la vida. Pero no así a los ocupantes del vehículo contrario donde viajaban un hombre y una mujer vecinos de Ribeira. Ambas personas fallecieron en el acto.
La noticia fue difundida por Europa Press y decía lo siguiente: “La conductora que causó el accidente mortal en Ribeira (A Coruña) en mayo de 2019, en el que fallecieron dos jóvenes, ha alegado que no era consciente del riesgo de accidente debido al consumo de alcohol y fármacos derivado de una situación de malos tratos y tras dos intentos de suicidio”. “He sido una mujer maltratada y empecé a beber, fui a psiquiatras y me intenté suicidar dos veces”, declaró la acusada en su turno de palabra. “Ojalá hubiera muerto yo, si tiene que castigarme lo entiendo -dirigiéndose al magistrado presidente-, pero soy inocente”, dijo tras pedir perdón a las familias de las víctimas.
En la sentencia, la acusada fue considerada culpable de dos delitos de homicidio doloso, en concurso con un delito contra la seguridad vial. El tribunal del jurado consideró probado que, sobre las 18.35 horas del 5 de mayo de 2019, la acusada conducía por la carretera AC-305, que une Padrón y Ribeira, cuando, a la altura de Palmeira, al tomar una curva a la derecha, invadió el carril de sentido de circulación contrario y colisionó frontalmente contra otro coche en el que viajaban un hombre y una mujer, quienes fallecieron como consecuencia del impacto. Los miembros del jurado entendieron acreditado que la acusada circulaba a una velocidad de unos 130 kilómetros por hora, cuando el límite de velocidad establecido en la zona era de 70, y bajo los efectos del alcohol y de fármacos antidepresivos y antipsicóticos que afectaban su capacidad de manejar un vehículo. Finalmente, tras varias sentencias y recursos, el caso llegó al Tribunal Supremo, que confirmó una condena de 12 años y medio de prisión por homicidio doloso dictada por la Audiencia Provincial de A Coruña y el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia para la conductora causante del doble accidente mortal. ¿Se pudo evitar? ¿Es realmente culpable la conductora responsable del accidente? Saquen sus conclusiones. Pero una cosa debería quedar claro y es que no se debe manejar un vehículo en esas circunstancias.