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Curioso Empedernido

Policarpio Ilusorio

Artículo de Juan Antonio Palacios.

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Los planteamientos de Policarpio eran tan  engañosos e irreales como su apellido. De tal manera que en algunas ocasiones soñaba con deleitarse con sustanciosos y sabrosos bocatas de chorizos de pescado o saborear gin tonics de plancton. Casi siempre se mostraba optimista ante las adversidades, y aparentaba un crecimiento alentador, en el que procuraba aprovechar las oportunidades que le salían en el camino para conseguir sus propósitos, aunque tuviera que navegar entre incertidumbres, miedos y terrores para colmar sus deseos.


Era bastante influenciable, y cualquier crítica era motivo para que dudara del reconocimiento que le otorgaban por el trabajo realizado, y del cumplimiento de sus responsabilidades y obligaciones. Embargado por las especulaciones, chismes o rumores, realizaba esfuerzos desproporcionados, desmedidos y titánicos para demostrar que era una persona capaz y eficaz.

Aunque siempre procuraba decir lo justo para no meter la pata, a veces incurría en errores como cualquier hijo de vecino, y era tan inseguro que igual se sentía ofendido cuando le halagaban en demasía por no considerarse poseedor de mérito alguno, que cuando nadie le atacaba , ya que consideraba que no contaba para los demás.
Permanentemente era asaltado por un conflicto entre sus pensamientos y sentimientos, que no resolvía con facilidad y le provocaba un estado de agotamiento que le transformaba y del que le resultaba difícil salir, más preso de sus instintos que de su razón.

Últimamente parecía que estaba aprendiendo a echar fuera esa rabia que todos llevamos dentro en algún momento, que prefería más los quereres que las querencias, que no se angustiaba tanto por las revoluciones de las necesidades y las crónicas de las desesperaciones.

Policarpio Ilusorio admitía que se equivocaba sin que esto le supusiera una enorme frustración, e iba cada vez con más facilidad superando el impacto de quien no sabía que hacer ante algunos problemas. Ya no se pasaba tanto tiempo haciendo conjeturas, y prefería luchar por las cosas que necesitaba prescindiendo de lo superfluo.

Las caídas y recaídas eran constantes, y en ocasiones cuanto más iluminaba algo, menos lo veía y cuando pretendía expresar lo que le ocurría, se le habían escapado todas las palabras y volatizado las metáforas, con lo que le era imposible hacerse entender.

Nuestro amigo, tal vez por lo ficticio de su filosofía de vida, era a veces como esas voces que no tienen nada que decir o como aquellas otras que pregonan a destiempo. Muchas veces agotado de lo dramático de su actuación, había anunciado que se iba, sin darse cuenta que cuando alguien proclama su marcha, a los ojos y oídos del resto, ya se ha ido.

En los tiempos que nos ha tocado vivir, la gente no quiere ni héroes ni mártires, exige soluciones. Tampoco les gusta que hagamos leña del árbol caído ni salvadores que les prometan oro, incienso y mirra, considerándoles ilusos, ingenuos o idiotas, sino que frente a mentiras quiere verdades y en lugar de cuentos chinos pide realidades.

Entre felices y complacientes, policarpios e ilusorios, no podemos conformarnos que de nuevo estemos ante el final de la historia, y asistimos al ocaso de las ideas y el enterramiento de los valores, pasto de los camaleones, los mercaderes, los tránsfugas, los arribistas o aquellos que  solo sienten pasión por tener, sin saber qué ni quienes son.

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