En el centro, cubrir la plaza de la Encarnación con un restaurante ha sido un fracaso ciudadano y el neo-obelisco Torre CC (Caíxa-Cajasol) es de difícil digestión. La forma de hacer ciudad por parte de los arquitectos y de los políticos, ha permanecido estática mientras, repito, la sociedad se está transformando en una enorme masa de clientes y consumidores. ¿Pero es posible superar esta situación?”
No entiendo lo que quieres decir, me dijo un amigo mientras desayunábamos con “calentidos” en el bar La Centuria. Le respondí: tú mismo puedes establecer las diferencias que existe entre un ciudadano, un cliente y un consumidor.
Recordarás que la primera palabra la has escuchado y entendido desde siempre con el mismo significado pero te darás cuenta que ya no es de uso cotidiano. Con respecto a la segunda, ¿recuerdas que desde hace pocos años, en los aeropuertos ya no se dice como antes “se invita a los señores pasajeros… “ sino a los “señores clientes…”? En cuanto a la tercera: ahora hay una “Oficina Municipal de Información al Consumidor” pero no existe una oficina de información al ciudadano. En esta línea, resulta lógico que El Corte Inglés tenga un puesto de información al cliente o al consumidor; pero no es de su interés ni es su obligación tener una oficina de información al ciudadano que, precisamente, es de responsabilidad municipal y estatal.
La ciudad sin ciudadanos se convierte en una simple urbanización de acceso controlado en la que, por pagar, se exige buena calidad de servicios. El sevillano exige buenos servicios municipales porque dice en la tele: “para eso pago mis impuestos”. Al hacerlo como cliente, está reivindicando solamente sus derechos y la “empresa” (el Ayuntamiento) a quien paga, no tiene por qué exigirle que recuerde y cumpla sus deberes (dejación del alcalde). En esta situación ese cliente que declara en la tele, puede ser, o no, una persona que destruye el mobiliario urbano y piensa que no tiene por qué cuidar los parques ni tirar al suelo los papeles. Un cliente tiene muchos derechos y casi ningún deber.
“Un cliente (del Latín cliens, -tis) es la persona o empresa receptora de un bien, servicio, producto o idea, a cambio de dinero”; un consumidor es una persona u organización que demanda bienes o servicios proporcionados por el productor o el proveedor de bienes o servicios” se lee en Wikipedia. En suma, cliente y consumidor son agentes del mercado y por lo tanto del marketing, precisamente frente a los cuales el ciudadano no tiene vinculación alguna. En efecto, la palabra ciudadano remite su origen al tiempo clásico.
Sigamos. Vamos a ver qué pone Wikipedia: “El término “ciudadano” es el nombre dado al hombre que por haber nacido o residir en una ciudad, es miembro de la comunidad organizada que le reconoce la cualidad para ser titular de los derechos y deberes propios de la ciudadanía, quedando obligado, como ciudadano, a hacer que se cumplan”.
Para el consumidor la ciudad es simplemente un enorme almacén, un mercado o un conjunto de mercadillos. El consumidor no tiene por qué ni para qué pensar en el otro ni en la sociedad. No requiere de formación. Es un cualquiera. Para ser ciudadano en cambio, es indispensable ser educado, pensar en el “otro”, en los demás, en las personas con quienes convive en sociedad, en la ciudad. Por eso hace tiempo se enseñaba “educaciónón cívica”.
Ojalá esta consulta, al menos en Wikipedia, fuera de utilidad a nuestras representantes municipales para comprender que no es posible construir la ciudad con una gran masa de consumidores o clientes y que, por el contrario, los ciudadanos son, somos indispensables. Sobre todo aquellos que por deber ciudadano, exigimos honestidad y coherencia a quienes nos gobiernan.