¿Y qué hay de los nacidos?
El domingo pasado se llevaron a cabo manifestaciones en toda España en contra de la futura ley de regulación del aborto...
El domingo pasado se llevaron a cabo manifestaciones en toda España en contra de la futura ley de regulación del aborto. Están en su derecho quienes llevan a la calle su discrepancia con una eventual reforma de la actual ley, bajo cuya protección jurídica ya se viene practicando con normalidad la interrupción voluntaria del embarazo en tres supuestos. Últimamente, unos 100.000 abortos de media anual en España.
Sin embargo, el espíritu combativo de esos manifestantes debe haber estado en hibernación durante los 24 años transcurridos desde que se aprobó la ley vigente. Entonces (1985) el portavoz de Alianza Popular, Alberto Ruiz Gallardón, encabezó el voto en contra de la derecha política. Pero los herederos de aquel partido, hoy llamado PP, llegaron a aceptar con normalidad la aplicación de aquella ley, hasta el punto de considerar ahora totalmente innecesaria su revisión.
De todos modos, los actuales dirigentes han marcado distancias respecto a los manifestantes del domingo pasado. Ninguno de ellos ha participado en las mismas. Sólo algunos diputados del PP y, que se sepa, un concejal madrileño del PSOE, pero a título particular. Esa distancia es la misma que separa el criterio civil sobre la oportunidad o la conveniencia de proceder a la reforma de la ley de la consideración moral del aborto como un asesinato, aunque los agitadores de esta idea lo presenten en positivo como “defensa de la vida”.
¿Defensa de la vida? Con el debido respeto para quienes con tanto desparpajo califican de “asesinato” el aborto mientras se apuntan a la cruzada en defensa de la vida, suponiendo que quienes defendemos la regulación civil del aborto abrazamos la cultura de la muerte, sostengo que no es creíble su apuesta por la vida si esa apuesta no se corresponde con una firmeza similar a la hora de defender la vida en las hambrunas de África o en las guerras preventivas, como la de Irak.
Con el debido respeto, insisto, para quienes se reclaman de las enseñanzas morales de la Iglesia Católica o las soflamas políticas de la llamada derecha sin complejos, me limito a constatar que a unos y otros nunca les vimos emplearse tan a fondo en la defensa del nacido como en la del no nacido. Y los nacidos, oiga, también son hijos de Dios, aunque hayan nacido en Gaza, en el Congo o en Irak.
Se me dirá que la Iglesia se opuso a la guerra de Irak. Cierto. Pero en un comunicado público. Ni una manifestación, ni un grito fuera de lugar.
Sin embargo, el espíritu combativo de esos manifestantes debe haber estado en hibernación durante los 24 años transcurridos desde que se aprobó la ley vigente. Entonces (1985) el portavoz de Alianza Popular, Alberto Ruiz Gallardón, encabezó el voto en contra de la derecha política. Pero los herederos de aquel partido, hoy llamado PP, llegaron a aceptar con normalidad la aplicación de aquella ley, hasta el punto de considerar ahora totalmente innecesaria su revisión.
De todos modos, los actuales dirigentes han marcado distancias respecto a los manifestantes del domingo pasado. Ninguno de ellos ha participado en las mismas. Sólo algunos diputados del PP y, que se sepa, un concejal madrileño del PSOE, pero a título particular. Esa distancia es la misma que separa el criterio civil sobre la oportunidad o la conveniencia de proceder a la reforma de la ley de la consideración moral del aborto como un asesinato, aunque los agitadores de esta idea lo presenten en positivo como “defensa de la vida”.
¿Defensa de la vida? Con el debido respeto para quienes con tanto desparpajo califican de “asesinato” el aborto mientras se apuntan a la cruzada en defensa de la vida, suponiendo que quienes defendemos la regulación civil del aborto abrazamos la cultura de la muerte, sostengo que no es creíble su apuesta por la vida si esa apuesta no se corresponde con una firmeza similar a la hora de defender la vida en las hambrunas de África o en las guerras preventivas, como la de Irak.
Con el debido respeto, insisto, para quienes se reclaman de las enseñanzas morales de la Iglesia Católica o las soflamas políticas de la llamada derecha sin complejos, me limito a constatar que a unos y otros nunca les vimos emplearse tan a fondo en la defensa del nacido como en la del no nacido. Y los nacidos, oiga, también son hijos de Dios, aunque hayan nacido en Gaza, en el Congo o en Irak.
Se me dirá que la Iglesia se opuso a la guerra de Irak. Cierto. Pero en un comunicado público. Ni una manifestación, ni un grito fuera de lugar.
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