Más tarde, sobre las once de la noche, Santa María la Mayor volvía a abrir sus puertas para sacar a las calles rondeñas el trono del Silencio, que estrenó su dorado. Tampoco el año pasado esta hermandad pudo salir por la lluvia. En esa ocasión, la oración y la penitencia envolvieron la ciudad puesto que el Silencio recuperó la tradición de apagar las luces al paso del desfile al que acompañaba sólo el son de un tambor y los cirios de los fieles.
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