Optimismo antropológico en la hora de los superlativos
Ni los nubarrones ni la crisis. El optimismo se impone a cualquier elemento negativo cuando la Feria encara su recta final. El Real es ya una catarsis colectiva de la que es imposible abstraerse
El paseo de caballos empieza a recordar a las viejas caravanas de domingo camino de la playa de Valdelagrana. Y hoy será aún más multitudinario.
Están convencidos de que la crisis no afecta para nada al normal desarrollo del festejo. Al contrario. “Es que cuando más malita está la cosa más ganas tiene la gente de pasarlo bien”. Los nubarrones de la mañana del jueves no alteran sus planes. La lluvia tampoco. “Así se asienta un poquito el albero”. Incluso, prefieren que refresque un poquito, para que la gente beba más vino que cerveza.
Nadie sabe a ciencia cierta a qué hora salen del Real. Se les ve de día y de noche. Lo mismo comen que beben, igual bailan que charlan. Reparten abrazos y besos. Lucen clavel rojo en la solapa de la chaqueta o el bolsillo de la camisa.
Lo suyo son los superlativos. “La Feria está más bonita que nunca”. “El alumbrado de este año es espectacular”. “La mejor Feria del mundo...”. Todo les parece poco. Aunque para el resto de los mortales tanto la Feria como el alumbrado repitan casi al 100 por cien los esquemas de años anteriores, ellos van a defender justamente lo contrario. Y uno termina siempre dándoles la razón, para evitar una mirada condescendiente que suele acompañarse del mascullar de alguna frase lapidaria -“...qué sabrá este gachó de la Feria”.
Ya han terminado las reuniones de empresa y los compromisos ineludibles. Los jerezanos empiezan a vivir la fiesta en familia, entremezclados cada vez más con los visitantes. Si en condiciones normales no trabaja casi nadie, ha llegado el momento definitivo de no doblarla ni por equivocación. Ya llegarán el lunes y la resaca. La gente se ha puesto la Feria por montera. A las cuatro de la tarde, las cocinas de las casetas echan humo, las terrazas están llenas y los paseos son un ir y venir de gente sin rumbo fijo, de turistas fotografiando caballos como si del último día de sus vidas se tratase y de reuniones espontáneas en las que alguien lleva la voz cantante y el resto la callada.
Los optimistas antropológicos están encantados de la vida. Disfrutan igual de la Feria cuando no hay caballos que cuando los paseos del González Hontoria rescatan de la memoria las viejas caravanas de domingo camino de Valdelagrana. Les resulta indiferente contemplar el Real de una u otra manera.
Ya tienen las entradas para ver a Morante y José Tomás. Del primero hablan maravillas. “Este va a ser mejor que Rafaé, que te lo digo yo”. Del segundo también, pero con menos pasión. Su entusiasmo es tal que tampoco pasan por alto el inminente ascenso del Xerez. De hecho, lo del salto de categoría lo dan ya por superado. “Con dos retoques, este equipo va para la championlí”. Por supuesto, no se lo discutas.
El jueves de Feria alcanza su apogeo pasadas las cinco de la tarde, que en los últimos años se confirma como el momento álgido de todas las reuniones. Los jerezanos se han acostumbrado a aparecer por el Real a eso de las tres de la tarde, con la intención de aguantar lo que se pueda. La noche ha quedado reservada para los jóvenes.
Por eso, conforme los relojes se acercan a la madrugada, el ambiente gravita desde los paseos principales del González Hontoria hacia aquellos de reciente factura que ocupan lo que hasta no hace demasiado tiempo era la zona de los cacharritos.
Con el tiempo, Jerez ha ido consolidando una feria de día y otra de noche, con dos escenarios y ambientes bien diferenciados y una especie de paso fronterizo conocido también con el sobrenombre de Templete Municipal. Al optimista antropológico -que no entiende de ordenanzas, decibelios ni altavoces- no le causa mayor problema la cuestión, porque está dedicado en cuerpo y alma al noble arte de la diversión.
La Feria entra en el fin de semana. Muchos jerezanos se han despedido ya incluso del González Hontoria. Otros han esperado hasta hoy para pisar el albero. Los entusiastas hacen de correturnos para que a unos y otros no les falte “ni gloria”.
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