La ruptura del bipartidismo y el juego que esta situación ofrece presenta un escenario político único, desconocido, donde es posible desde ver a una fuerza emergente como Ciudadanos postularse a nada menos que la presidencia del Gobierno con el apoyo del PSOE hasta otra tradicional, como el PP, haciéndose mundana, terrenal, jugando al futbolín en la tele y presentado a un Rajoy humano que acude a taponar sangrías y al rescate del voto huido. El PP ha iniciado bien la campaña y no solo por el indudable éxito cosechado por Rajoy ante Bertín, árbitro destacado e inesperado de la contienda, sino porque está sabiendo mover mejor las piezas y aprovechar determinadas corrientes; su posición ante Cataluña le favorece e, incluso, el temor instalado en la sociedad por los atentados de París afianzan el voto conservador.
Pablo Iglesias ha iniciado su campaña en la idea de empujar a Rivera hacia la derecha para pescar solo él en la piscina del PSOE, que es donde ambos actualmente lanzan la caña y porque las dos formaciones aspiran a ser ese tercer partido que parece vital en la próxima legislatura porque aunque el PP, según el CIS y todas las sensaciones, gane, lo hará lejos de esa mayoría absoluta de la que ha disfrutado estos años. Estas son las dos batallas iniciales, la tercera se centra en comprobar hasta qué punto se desploma el PSOE de Pedro Sánchez, que a estas alturas soñaría, firmaría, el resultado que logró Rubalcaba, 110 escaños, y que hoy está tan lejos de la realidad socialista. ¿Por qué? Quizás sea cierto el comentario general interno sobre Sánchez y el hecho de que no termina de romper en nada, correcto en su forma de hablar, muy presentable, pero su discurso resulta como un gol anulado, buena ejecución, calidad técnica, pero acción errónea e inútil. Te deja indiferente y en política eso es muy malo, lo contrario por ejemplo a su compañera e íntima enemiga Susana Díaz, que gustará o no en función de a quién se pregunte pero que a nadie deja indiferente y en base al manejo de ese equilibrio construye su liderazgo.
Por tanto, en este inicio de campaña, a falta de quince días donde imperará el discurso y uno no sabe si prestar atención o hacerse con tapones para los oídos, ya se han formado dos grupos: el PP, por un lado, sabiendo que pese a su posible victoria quedará muy lejos de la mayoría absoluta y la gobernabilidad no la tiene fácil, de momento, y tres partidos disputando posiciones y amagando con entenderse, de un modo u otro, negándose frente a cámara y peleándose, guiñándose tras ella.
Estrategias. Y afrontamos la campaña más importante de todas las últimas en unas elecciones generales porque jamás estuvo tan abierto, por tanto lo que suceda en los próximos días hasta el 20D será fundamental para el resultado final. El CIS dice muchas cosas, entre otras que casi un cuarenta por ciento del electorado no tiene decidido su voto, lo cual representa a casi español y medio de cada cuatro y es en torno a ellos a quien se dirigen las estrategias de campaña de los partidos. Ese voto se mueve, fundamentalmente, entre PSOE y Podemos, entre PP y Ciudadanos y entre PSOE y Ciudadanos, de ahí el crecimiento de la formación de Rivera por el hecho de que su discurso móvil, sin desentonar, equilibrado, ideológicamente nutrido de cosas de derecha y cosas de centro izquierda, le permite tener proyección para, incluso, disputarle al PSOE la segunda plaza. ¿Le daría el gobierno Sánchez a Rivera ante un mal resultado del PSOE para justificar sacar de ahí al PP? Puede ser, pero sería un suicido, otro, para el socialismo, que aún hoy paga aquel congreso fallido en Sevilla en el que Rubalcaba le arrebató la secretaría general a Chacón.
La encuesta del CIS tiene una base lógica y de todas es la más fiable, si bien diferirá del resultado final porque resta toda una campaña por delante y la definición de voto de un montón de ciudadanos que, entre polvorón y tortas pardas, engullirán promesas para decidirse por la coleta rebelde de Iglesias, el discurso medido de Rivera, la presencia intachable de Sánchez o la veteranía canosa de Rajoy, todo ello amasado en una campaña que, de momento, lanza por delante a Rivera porque para Ciudadanos es un valor seguro y a un PP que, pese a ser experto en dispararse al pie, ha hecho bien de entrada algunas cosas. No acudir al debate de El País echó a pelear a los otros tres a por el segundo puesto, le ha ganado claramente el mano a mano a Sánchez en casa de Bertín, que no descarta, insinuó, presentarse a la alcaldía de Jerez y ante la idea uno no sabe si cortarse las venas o dejárselas crecer, y mandar a Soraya a debatir con Sánchez, Iglesias y Rivera no parece una locura; evita la foto del abuelo ante los chavales, pone a una mujer entre hombres, grácil y muy lista y que lo probable es que salga airosa, y queda, pese a las críticas, inmaculado y por encima de peleas entre jóvenes inmaduros, preservando el valor de sus canas. Puede salir mal, pero de entrada parece bien medido.
Blanca y sepia. Son los colores de las papeletas al Congreso, donde se eligen 350 escaños, y al Senado, 208. Andalucía elegirá 56 diputados nacionales en sus ocho provincias: Sevilla (12), Málaga (11), Cádiz (9), Granada (7), Almería y Córdoba (6) y Huelva y Jaén (5); todo hace indicar una victoria del PSOE que, según el CIS, será entre 21 y 25 escaños y una media de 19 para el PP, 13 Ciudadanos y 5 Podemos, dejando a IU con uno y al borde de la desaparición. Esta no es la guerra de Susana Díaz, pero no hay que olvidar que como estratega que es sabe la importancia que tendrá de cara a debatir futuros liderazgos en próximos congresos el hecho de aportar el treinta por ciento, o más, de los diputados nacionales salientes y, ante eso, movilizará a su tropa. ¿Y Cádiz? Lo probable es una victoria del PSOE en proporción a lo que pase en el resto de Andalucía -4, 3, 1 y 1…(o 2 y 0)-.
El uno. Me siento prisionero permanente dentro de ese uno de cada cuatro. Siempre indeciso, oscilante cual girasol al viento que persigue un rayo de luz que le conforte y que, mientras, se mece al son de un canto viejo: “Hay que bonica, verla en el aire, quitando penas, quitando hambres, verde, blanca y verde… Amo mi tierra, lucho por ella, mi esperanza, su bandera, verde, blanca y verde…”. Carlos Cano (A duras penas, 1975).
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