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Limacos o babosas

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Don Valerio me pidió que escribiera el texto en la pizarra y allí me puse entre el polvo de la tiza a desgranar un capítulo del libro que me había regalado mi abuelo Antonio, First aid on ship. A medida que escribía, el referido profesor exclamaba: “Castro me estás dando el desayuno” en aquella temprana hora de la clase de Inglés.
Durante el tiempo de la trascripción repitió varias veces su proclama nauseosa al más puro estilo Nietzsche.
Dado lo técnico del texto no podíamos conocer el significado de las frases que sólo el diccionario pudo más tarde desvelar para saber también los motivos del mareo fatigoso que se había instalado en don Valerio sin necesidad de que estuviera en un barco.

Sirva esta anécdota para referirme a una costumbre tan fea como gaditana de escupir en el suelo de las calles a horas mañaneras. Lo mismo lo hace un viejo, que un maduro, que un joven. Hasta niños he visto aprender tan gruesa costumbre incluida en la competición de a ver quién llega más lejos.

Cuando veo a alguien en tal tesitura me dan ganas de darle un clínex (son muy baratos, soportan cualquier crisis y los hay hasta de papel reciclado) y decirle algo, pero el pudor de no molestar puede más que el asquito de la escena.

Parece exagerado pedir la pena de deportación como han hecho en el Emirato de Dubai para obligar a la población a mantener limpias las calles. “Escupir aquí, decía un artículo reciente, puede valerte la deportación”. No pido tanto, ni siquiera que estas personas no drenen sus cosas más íntimas bronquiales, tan sólo pido el recomendado uso del clínex.

Esta costumbre malsana tiene mucho que ver con los esputos que te suelta alguno que otro al leer la prensa por la mañana. Antes de escribir deberíamos de limpiarnos (The Cleaner) el cuerpo y sobre todo el alma, para no ir soltando babas como un baboso, como una babosa sin caparazón.

Querido lector, a ver si me ayudas a hacer una campaña para que todos los esputadores y esputadoras (para que la ministra de la Igualdad no diga) de Cádiz y su hermosa Bahía, y la gente de Jerez, y los del Campo de Gibraltar podamos conseguir en tan sólo diez años barrer las calles de babas y babosos. O por lo menos que los babosos sean más delicados. Ya de paso ayúdame a que las páginas de nuestros periódicos sean más limpias y no tengamos que sufrir en el desayuno las babas de tanto baboso.

A bordo del temporal en cubierta se disponía, como un intrépido capitán, a tirar la basura como plancton de los peces. Manuel lo violentó: “Espera; escupe antes”. El salivazo le cayó en toda la cara y supo que había evitado un desastre.

Siento haberte dado el desayuno como en su día se lo di a don Valerio.
Espero que haya sido por una noble causa.

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