Son ladrones de joyas: ladrones de alta escuela que imprimen un sello de estética y nostalgia en todas sus operaciones, las cuales se desarrollan en una atmósfera de aventura surrealista y, al mismo tiempo, de superproducción cinematográfica de los años sesenta con reparto de lujo y éxito garantizado de taquilla y de crítica. Son unos cracks. O lo han sido hasta hace poco, cuando las cosas ha empezado a torcerse, tras una larga etapa de triunfos, para la célebre banda internacional de atracadores conocida como Los Panteras Rosas. El nombre de la organización delictiva, acuñado en las oficinas de Scotland Yard, procede de la legendaria serie fílmica basada en las aventuras del inspector Jacques Clouseau, agente estelar de la policía francesa. En la dirección estaba el maestro Blake Edwards; la interpretación del detective protagonista corría a cargo del irrepetible Peter Sellers; mientras que un Herbert Lom, en su mejor momento, daba vida al inspector-jefe Dreyfus; la música prodigiosa de Henry Mancini; la animación (ya inmortal) de los créditos de Fritz Freleng; etc. La saga marcó toda una época y ha llegado hasta nuestros días con las dos protosecuelas realizadas por Shawn Levy (2006) y Harald Zwart (2008), con Steve Martin en el papel principal.
La banda de Los Panteras Rosas está integrada por entre 200 y 300 individuos originarios de países balcánicos: al parecer serbios en su mayoría y con amplia experiencia militar. Están especializados en el asalto a comercios de altísimo nivel, sobre todo joyerías. Se calcula que han saqueado alrededor de 120 tiendas en más de 20 países de todo el mundo. En sus intervenciones manifiestan una fuerte inclinación por el pintoresquismo carnavalesco, ya que con frecuencia utilizan disfraces y montan espectáculos en los que se advierte una importante dosis de fantasía, así como un acentuado gusto por la teatralidad. Después de un golpe en Saint-Tropez (Costa Azul), huyeron en un fueraborda ataviados con bermudas y camisas hawaianas. En Tokio llevaron a cabo una faena ocultando sus rostros bajo máscaras antipolución (algo que en la capital nipona, dicho sea de paso, no es nada extraño) y se dieron a la fuga montados en ecológicas bicicletas. A veces, algunos de ellos prefieren trabajar vestidos de mujeres. Hubo caso en que cierto miembro del clan (travesti aficionado al atuendo histórico) fue al tajo engalanado como Catalina la Grande, zarina de Rusia. Pero al margen de este talante festivo y sandunguero, esta gente no duda en recurrir a la más extrema violencia si el guión lo exige, aunque no es lo corriente.
Desde el pasado mes de mayo, sin embargo, Los Panteras Rosas han empezado a tener serios problemas. En París fueron detenidos Nicolai Ivanovic y Zoran Kostic, dos de los varios líderes que dirigen la comparsa. Y hace poco más de una semana era Vladimir Lekic, también presuntamente colega de los anteriores, quien caía en manos de la ley en la localidad montenegrina de Cetinje. El asunto, desde luego, no está nada claro. Es verdad que hay un determinado número de individuos, a los que se relaciona con la temible banda, que cumplen sentencia en distintas cárceles europeas, pero los datos oficiales aportados por las autoridades siguen siendo confusos.
Solución del misterio: “El aparato del partido y del Estado ha de ser depurado cuanto antes. No con medias tintas, sino radicalmente. Hay que apartar de esos aparatos a todo aquel sobre el que pese la más ligera sospecha. No es tiempo para escrúpulos humanitarios, y si se llegase a ver implicado alguno que no fuese culpable, realmente sería algo de escasa importancia en comparación con el interés de la gran causa” (Carta de Stalin al Comité Central del Partido Comunista Bolchevique de la URSS. Noviembre-Diciembre de 1927).
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