Los biocombustibles -gasolina y gasóleo obtenido de materias primas vegetales y que no generan emisiones contaminantes- fueron la gran apuesta de Abengoa para transformarse de empresa de ingeniería en empresa de desarrollo sostenible. La otra gran pata que sustentó este edificio finalmente derruido era la energía termosolar. En tercer lugar, como hermana pequeña, estaba el negocio de agua y desalación.
Pero es el biofuel el área de negocio que más ha colaborado al derrumbe de Abengoa. La empresa culminó la semana pasada la venta de su negocio de Bioenergía en Europa y EEUU. En él tenía invertidos, según las últimas cuentas disponibles del año 2014 de su filial Abengoa Bioenergía (cabecera del negocio), 3.000 millones de euros. Además, esta empresa mantenía a cierre de ese año deudas de 4.600 millones con otras empresas de Abengoa.
Por la venta del negocio a ambos lados del Atlántico ha obtenido 550 millones, una sexta parte de lo invertido. Es decir, ha vendido activos a precio de ganga. O de chatarra, como los 45 millones obtenidos por la planta de Hugoton donde se invirtieron 900 millones. Este es el expolio de talento, tecnología y dinero que realmente se ha producido estos últimos meses.
De hecho, 1.600 millones en pérdidas de los 7.600 millones en números rojos registrados en 2016 proceden de Bioenergía. Son pérdida contables, por la caída del valor de los activos de esa división. Pero han sido fundamentales en el hundimiento del grupo.
Y además se suman al hecho de que los 4.000 millones de deuda tampoco se van a devolver a Abengoa, lo que ahondó aún más el agujero financiero.
La venta del etanol que se seguía produciendo ha permitido, no obstante, generar una preciosa caja de ingresos durante los 19 meses que lleva la compañía en crisis. Con esa caja se han podido pagar nóminas y atender compromisos. Queda ya solo por desprenderse del ruinoso negocio de etanol en Brasil, por el que Abengoa sólo pide al comprador asumir la deuda. Y que generará más pérdidas en este año 2017.