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Hablillas

Rubén Darío

Los trozos fueron a clavarse en el corazón de los oyentes. Descansa en paz, Rubén Darío Ávalos.

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El título del texto de hoy rescata el país de un abanico donde el autor que lo titula escribió el cuento arromanzado más tierno, fantástico y repetido de la historia de la literatura. Los biógrafos aseguran que lo hizo debajo de una mesa, con tanto alcohol en el cuerpo que no le cabía una gota más. Los excesos lo llevaron a la tumba a los cuarenta y nueve años, por lo que su vida fue corta pero intensa, ya que con ocho años empezó a escribir sonetos, a los trece los vio publicados y un año después fue propuesto para una beca que no disfrutó por la temática de sus poemas.

Rubén Darío vivió con rapidez, sin embargo su obra es el fruto de su particular relación con el lenguaje, manejado con soltura y rigor para seducir enamorando al lector. El pasado año se cumplió un siglo de la muerte de este niño escritor que llegó a ser clásico en la literatura, cuyas obras siguen impactando porque nunca terminan de decir lo que tienen que decir, como define Ítalo Calvino.

Estos días se nos ha ido otro Rubén Darío, paraguayo éste, que hizo de la lectura su medicina maestra. Así tituló uno de sus libros de cuentos, porque le encantaba este género literario. Pegado a su ordenador se le hacía más llevadera su estancia en el hospital, donde pasaba más tiempo que en su casa y el colegio. Su enfermedad no le dejó vivir más de doce años, sin embargo la lectura le dio la vida que le faltaba. Adoraba su nombre de pila. Su voz aún infantil se aceleraba cuando nombraba a sus autores favoritos, pues aseguraba que no podía quedarse con uno, admitiendo con humildad que cuando escribió su primer cuento imitó a Borges, lo mismo que éste hizo en sus comienzos con la prosa de Cervantes.


La noche radiofónica de Canal Sur reprodujo esta entrevista, un ejemplo de vida en la que la enfermedad no apagó el chispear de su ilusión. Rubén Darío, paraguayo, fue como el nicaragüense, un niño lector que escribía, un niño que como tal construyó su propio mundo cimentado en la lectura, medicina maestra la llamaba, la que le ayudó a vivir intensamente sus pocos años, la que le enseñó a inmortalizarlos.

Nunca sabremos qué escritor habría sido, pero sí conocimos al que es. Hace unas madrugadas las ondas  propagaron de nuevo su voz y sus ilusiones, poco después de que Rubén Darío dejara de leer. La profesionalidad del periodista ayudó a superar este momento de amargura en el que no pudo evitar que su voz se le empañara mientras se el rompía el alma. Los trozos fueron a clavarse en el corazón de los oyentes. Descansa en paz, Rubén Darío Ávalos.

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