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La delgada línea roja

La historia nos ha enseñado que existen ciertas líneas que no se pueden traspasar. De hecho, está jalonada de multitud de acontecimientos de nefasto recuerdos para los seres humanos.

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La historia nos ha enseñado que existen ciertas líneas que no se pueden traspasar. De hecho, está jalonada de multitud de acontecimientos de nefasto recuerdos para los seres humanos. Todos y todas sabemos que una vez que hemos sido capaces de cruzarla, en la mayoría de los casos, no hay vuelta atrás. Y lo que es más grave aún, las consecuencias son impredecibles. Por ello, es conveniente pararse el tiempo necesario y suficiente antes de hacerlo, y sobre todo medir bien los posibles efectos que pueda conllevar.

Desde hace meses, el Gobierno central, los empresarios y los sindicatos están negociando el nuevo pacto de concertación social, que posibilite poner los mecanismos, actuaciones y medidas para que en el marco del mismo se puedan abordar la nueva realidad y nuevos retos al que nos enfrentamos la sociedad española en los próximos años, máxime cuando nos encontramos inmersos en la mayor crisis económica y por ende social de lo que hemos dado en llamar época postmoderna.

Dentro de este, parece –desde fuera al menos– que uno de los grandes escollos, es el de la flexibilización del mercado laboral. Dicho de otra forma y para que ustedes me entiendan, facilitar el despido, lo que supondría según sus defensores, agilizar nuestra economía. España se encuentra entre los países –afortunadamente– donde cuesta más caro despedir a un trabajador. Es cierto y así hay que decirlo, que un abaratamiento del despido puede –y digo sólo puede– producir una mayor alternancia en las empresas, prevaleciendo aquellos y aquellas trabajadores y trabajadoras con una mayor capacidad productiva. Por el contrario, esto también supone que nunca tendríamos la suficiente seguridad –algo que todos los seres humanos necesitamos– de mantener el puesto de trabajo, con la consiguiente desazón que esto produce, afectando negativamente en la calidad de vida de las personas.

En cualquier caso, la polémica está servida. Defensores y detractores de esta medida intentan explicar las bondades y las maldades de la misma. Yo, que quieren ustedes que les diga, siempre he sido y seré partidario, que hay líneas rojas que no se pueden cruzar y una de ellas es precisamente la de abaratar el despido. Y saben ustedes porqué. Según mi experiencia en lo social y después de haber visto mil y una historias, no me creo lo de la buena voluntad de los empresarios. Soy consciente que estoy cometiendo una tremenda injusticia. Tengo amigos y amigas empresarios que son unas personas honradísimas y justas, pero no es menos cierto, que existen otros y otras que utilizarían esta medida para despedir, no ya, por el propio interés del mantenimiento de su empresa, sino por el afán de tener más y más, sin importarle un rábano –con hojas o sin ellas– que esto sea a costa del sufrimiento de los más débiles. Y que quieren ustedes que les diga, por ahí no paso.

Como muestra un botón, ¿quiénes han producido la crisis actual?, ¿quiénes la están padeciendo con mayor virulencia? Ya sé que no son los mismos. Unos la han producido, y otros sin comerlo ni beberlo se han visto envueltos en una espiral que les está llevando a no poder siquiera tener cubiertas sus necesidades más básicas.

Es por ello, que estoy de acuerdo cuando el Gobierno ha dicho con contundencia que por ahí no pasa. Hay momentos que hay que plantarse, como dice el refrán “mejor una vez colorao que ciento amarilla”. Además de aquello de “no nos moverán”, faltaría más.

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