Reflexión sobre el 2-D

Publicado: 10/12/2018
Autor

José Antonio Ortega

(Con permiso de Heinrich Böll) es un espacio dedicado a la difusión de reflexiones al voleo o, si lo prefieren, al buen tuntún

Opiniones de un payaso

José Antonio Ortega es un periodista, escritor y sociólogo radicado en el Campo de Gibraltar

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Una cosa está clara: la primera de las razones que explica el balance final de las pasadas elecciones autonómicas andaluzas es el desgaste sufrido por el PSOE.
Desgaste, después de casi cuatro décadas al frente del gobierno de la Junta, y –por consiguiente– hartazgo de la ciudadanía. Cuarenta años de predominio de una fuerza política sobre las demás, y de control sobre la administración, son muchos años, los suficientes como para poner en riesgo la salud y la higiene de cualquier sistema democrático que se precie, o generar, al menos, la sensación de que tal fenómeno se produce. Con todo, no estoy diciendo que esto es lo que ha llegado a ocurrir en Andalucía. La alternancia en el poder, es verdad, constituye uno de los baremos principales con los que se evalúa la calidad de una democracia. Bueno, más que la alternancia, la posibilidad de que esta tenga lugar sin mecanismos orgánicos, institucionales o legales que lo impidan, para ser más exactos. Y en nuestra comunidad esa posibilidad sí que ha existido, aunque nunca se haya materializado desde que se implantó la autonomía.

La segunda de las razones está en los efectos que han causado los cambios en nuestro sistema de partidos, con la multiplicación de las opciones de las que dispone el electorado a la hora de decantar su voto. Esto ha generado una mayor competición entre las fuerzas políticas contendientes y, como consecuencia de ello, se ha encarecido notablemente la obtención de sufragios.

La tercera, y quizá la más importante, directamente relacionada, por cierto, con la primera, ha sido la baja participación. Hecho que tiene su origen en la desafección creciente de los ciudadanos hacia la política, al igual que ocurre, con alguna que otra excepción y algún que otro altibajo, en la mayor parte de los países desarrollados de nuestro entorno, y que, junto a las secuelas de la crisis y el retroceso del estado del bienestar, propicia el caldo de cultivo idóneo, como ya hemos tenido la oportunidad de constatar, para la irrupción en escena de los populismos de corte fascista, con los peligros que implica.

En cuanto al descalabro del PSOE, y en particular el de su candidata, Susana Díaz, a pesar de su pírrica victoria, también hay que contar entre las causas, sin lugar a duda, la presión –pinza– sufrida  desde sus dos flancos, es decir, tanto desde la derecha como desde la izquierda, pero, sobre todo, desde la izquierda, cuyos ataques han sido más dañinos. En opinión de un servidor, que PP y Ciudadanos machaquen un día sí y otro también –dicho sea en sentido figurado– a los socialistas está dentro de lo normal; que lo haga, y a veces hasta con mayor virulencia, Podemos, IU y compañía, para afianzar su perfil como alternativa, no ha ayudado para permitir la continuidad de un gobierno de orientación socialdemócrata en esta comunidad autónoma. Y es que, como ya se sabe, priorizar los idealismos maximalistas frente a un realismo pragmático en materia de gestión de lo público, a la postre, no suele resultar positivo.

Hay quien afirma –creo que erróneamente– que lo que la gente estaba reclamando y reclama en Andalucía es un giro aún más progresista en las políticas públicas, pero esto no parece evidente, sino todo lo contrario, si se analizan los datos que arrojaron las urnas. De haber sido así, lo lógico es que la opción liderada por Teresa Rodríguez y Maíllo hubiera ganado, en vez de perder apoyos por el camino.

Por último, para comprender lo que ha pasado en el recién concluido proceso electoral andaluz no se ha de olvidar la coyuntura de la situación política a nivel nacional, incierta e inestable, con un ejecutivo que no cuenta con el respaldo de una mayoría firme en el Congreso, y que, por tanto, tiene muy escaso margen de maniobra, por muchas promesas bienintencionadas que venda, y un problema, ante sí, el de Cataluña, que lejos de solucionarse se agrava, minando la confianza –ya muy tocada– en Sánchez, su consejo de ministros y el partido que los sustenta.

Aun así, me atrevo a pronosticar que el PSOE podría salir reforzado de cara a los próximos comicios del año venidero si, en vistas de lo sucedido en Andalucía, se da entre sus votantes, afines, posibles aliados y compañeros de viaje la reacción necesaria.

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