Galardonado con el premio Valencia Institució Alfons el Magnànim, ve la luz, “El jarrón roto” (Hiperión Madrid, 2019). Es éste el tercer libro de José Ángel García Caballero, quien ya publicase en 2010 “Llaves olvidadas” (premio “Surcos”) y en 2014 “Buhardilla”. Traductor de lengua portuguesa, ha vertido al castellano textos de Jorge de Sena, Manuel Alegre o Nuno Judice. Además de su labor literaria, estelicenciado en Economía y en Humanidades por la Universidad de Valencia, trabaja como profesor de Educación Secundaria.
“Para mí, desde el principio, la poesía fue descubrimiento, y a la vez, una forma de diálogo con mis circunstancias (…) Me acerco al lenguaje con vocación de asombro, sílaba a sílaba, tratando de recorrer esa piel escarchada de los lugares que me atañen, mientras una voz lejana insiste en su pregunta”, dejó escrito el vate levantino en su “Poética”.
Desde ese diálogo citado, García Caballero pareciera anudar un discurso aderezado por una latente potencia metafórica. De él, se desprenden imágenes plenas de expresiva meditación, entre las cuales canta la mano del otoño, el hilo de los dones, el agua soñada, el parpadear de la nostalgia…: “Los dedos infantiles de la historia/ engarzan mis fragmentos. Serán vasija vieja/ o búcaro de aliento, el cuarto de reposo/ de su eco quebradizo”.
Su verso reparte así la complicidad del cielo y la luz del retornoen un tiempo elegido para alumbrar todo aquello que resuena en el bordón del alma. Porque es el sujeto lírico quien oficia su cántico con una inercia desnuda hacia lo verdadero, hacia la sencilla celebración del ser humano, hacia lo que puede guiarnos hasta la convicción de nuestra edad y de cuanto nos contempla frente al provenir: “Todo ha crecido aquí,/ incluso yo, que ahora ya sé por qué el dolor/ es una repisa alta/ que acumula los tiempos./ Campanadas horarias/ y el dardo de esas tardes/ roza justo mis vertebras./ Envejece el paisaje,/ la plaza hiere como la muerte de un abuelo/ y el lenguaje prescinde/ de los diminutivos”.
Dividido en tres partes, “Al final de este frase”, “El jarrón roto” y “Algunas hojas verdes”, el volumen se aúna en el vértigo consentido de unas huellas silentes y cercanas, de un idioma que traspasa la piel de los siglos. Porque el autor valenciano sabe interpretar con elegancia la dicotomía entre lo que alude a lo clásico y lo que perfila lo actual. De esa forma, Zeus, Ariadna, el Egeo, Troya…, caminan de la mano con una recién nacida, el inicio de una nueva primavera y el fragor juvenil de las aulas; y la evocación del ayer se hace verbo presente, brizna de verso renovado: “Un pasado que suena/ como suenan los folios/ en los días de examen./ Así paso una hora delante de mi mesa, entre las dudas/ de los próximos jóvenes/ mientras mi hija se bebe/ esa leche alejada/ de los permisos de paternidad (…) Tal vez este pellizco de los días/ me otorgue un nuevo tiempo”.
Al cabo, un poemario de sustantiva materia, donde certidumbre y memoria circulan como un cauce vivo, como un cauce palpitante que esencia el milagro de nuestra existencia, “como una nana que, en voz baja,/ rescata la belleza de los días”.