CADA mañana ,sin aún despertarse el día, paseó con mis hijos colgados de las manos, piececitos lentos que se acompasan a los míos, mientras los barrenderos enlucen las calles y los conductores aceleran la marcha de sus vehículos, para llegar a tiempo al trabajo.
En la esquina que se encuentra con el colegio, la que custodia una pastelería, Alba se mece al compás de los deseos de sus quince años ,machacándose la boca con besos que recoge condescendiente su noviete del instituto, haciendo tiempo para entrar a clase.
El amigo del chico, espera sentado en el poyete de sujeción de la valla del colegio, aspirando vahos de pan recién hecho y azucares volátiles, que desgrana la chimenea de la pastelería, mientras echa un vistazo efímero a la pareja, que más que dos, bien podrían haberse fundido en uno, sin que nadie se diera cuenta.
La mujer a la que el marido estuvo a punto de matarla, después de haberla maltratado durante cincuenta años de convivencia, quizás dio los mismos besos apasionados en la esquina de otra pastelería y quizás vivió los mismos sueños , convertidos -por desgracia -en viles pesadillas.
Soñamos tanto con que la suerte nos depare un premio gordo sin lotería, con que nos amen , como nosotras amamos, con que nos cuiden, como nosotras cuidamos , para que-finalmente-algunas veces solo recibamos abandono y patadas, como las que le dio el marido a Dolores ,ese animal al que nunca denunció -hasta que casi la mata-porque" tenía vergüenza y miedo a las represalias, por la dependencia psicológica que le unía a él y por querer cuidarle de las enfermedades que padecía".
Hay muchas encrucijadas, muchos akelarres, conjurando nuestra presencia, muchos maltratadores vistiendo el traje de la normalidad a pie de calle, muchos besos debidos, muchas lagrimas derramadas y mucho llanto, muchas niñas volviendo a casa ,tras el colegio y encontrándose, como la hija de Dolores, a su madre, "tirada en el suelo y ensangrentada". No es el tiempo más que un papel desplegado en la vida, que si lo pliegas ,te ves a los quince años, besando a la puerta de una pastelería, si lo despliegas , una vez , te ves a los treinta, casada , maltratada, amargada y con varios hijos, y si lo planchas por entero y lo estiras a tope ,te ves saliendo de un juzgado anciana y confusa , porque has derrochado tu vida entre palizas e insultos, proferidos por el hombre que te ha robado la autoestima y el aprecio , el orgullo y la vergüenza, sabiendo que estás vivas , porque los vecinos acudieron en tu ayuda y porque la Guardia civil llegó a tiempo para arrebatarle el cuchillo que quería llevarse tu vida, y solo le ha dado tiempo a rajarte los tendones y a destrozarte el alma.
No irá el marido de Dolores a la cárcel, solo se alejará de ella, si es que puede, porque como los parásitos ,los maltratadores, quizás no pueden alejarse de sus anfitriones, porque dependen de ellos, de sus miradas de miedo, de su sangre derramada, del efecto de sus insultos en la carne de gallina de su cuerpo.
La noche en la mañana, que precede al día, el trasiego de los coches que se dirigen al trabajo, las niñas de quince años que se creen mujeres besando a brazo partido a la vida, nos recuerdan otras mujeres y otros besos no dados, otros abrazos partidos por su media mitad y otras vidas que nunca fueron felices porque venció el llanto y se aplastó la libertad y la conciencia y se dejó libre y suelto a un despiadado animal, que solo vivía para hacer daño, a quién más lo quería.
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