Spot es el nombre del perro-robot que ayuda a mantener la distancia de seguridad en los parques de Singapur. En Sevilla, “macco” o el “gitano loco” como ya lo hemos bautizado en el barrio de la Alfalfa, sirve una cerveza con la proporción exacta de espuma, pero sin el ansiado malajismo que buscamos muchos tras la barra de un bar, hasta ahí no ha llegado la innovación. La pandemia está forzando la incorporación y el uso de las nuevas tecnologías en todos los niveles de la vida, pero, la inteligencia artificial ya estaba en nuestros hogares antes de la llegada del Covid-19, como los robots que barren y friegan el suelo, que cocinan y hasta que planchan. La inteligencia artificial ha pasado de ser una tecnología destinada a grandes empresas y proyectos de i+d+i a convertirse en un producto doméstico en expansión. Los avances en la investigación y en la biomedicina también han sido enormes en los últimos años, al igual que la generalización de los Big Data, el análisis de grandes bases de datos con el objetivo de anticiparnos al futuro para poder tomar medidas eficaces. La pregunta que surge, de forma inmediata, es cómo ha sido posible que, frente a una tecnología que avanza exponencialmente, no se haya conseguido detectar a tiempo ni frenar, después, al virus microscópico que ha puesto en jaque a la humanidad.
La respuesta es simple: de poco sirven todos esos avances, todos esos datos, si el hombre no sabe, o no quiere, escucharlos, atenderlos, utilizarlos. Ahí están los datos alarmantes que nos transmitía la OMS, constatados incluso con la experiencia acumulada a principios de año por la expansión de la pandemia en otros países, y en España no sólo no se atendieron, sino que se ignoraron y acabaron convirtiendo la “marcha violeta” del 8 de marzo en la “marcha triste” de España. Tras la lentitud en la toma de decisiones, esa pesada lentitud con la que actúa el Gobierno, le ha sucedido, inexplicablemente una gran urgencia para desarrollar medidas que nada tienen que ver con el desastre que tenemos encima. Han aprovechado la confusión y la incertidumbre del momento actual como excusa perfecta para aprobar cuestiones nada apremiantes. Los Reales Decretos, que han de ser usados exclusivamente como alternativa a la tramitación legislativa ordinaria por motivos de urgente necesidad, han sido el coladero para la incorporación de Pablo Iglesias al CNI o el aumento de la ya abultada macroestructura de asesores de un Gobierno con 23 ministros.
Hablábamos de inteligencia artificial, pero lo de España es la creación de una “urgencia artificial”, como el empecinamiento para tramitar una nueva Ley de Educación, imponiendo su ideología socialcomunista al futuro de nuestro país, como ocurrió en el marzo fatídico. Siguen actuando igual, de espaldas a la sociedad y, por eso, tramitan en pleno estado de alarma esa Ley de Educación, cuando ni siquiera sabe este Gobierno cómo va a ser capaz de terminar el curso escolar. Una ley sobre la que, según parece, no podrán pronunciarse los sectores implicados ni la propia comunidad educativa, y que está produciendo un gran dolor y ansiedad en colectivos tan vulnerables como la gran familia de la educación especial, de la que siempre aprendo cuando los oigo. No, no es urgente derogar la Ley actual de Educación y aprobar una ley con apellido de ministra. Lo urgente, lo verdaderamente urgente, es volver a la normalidad democrática y que sea soporte de bienestar y libertad, cualidades confinadas a golpe de esta “urgencia artificial”.