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La bondad

El hedonismo es el gran enemigo de la convivencia si no se aprende el placer sublime de ayudar al otro a sobrellevar la vida.

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No quiero estar con quien me comprenda, quiero que nos comprendamos todos; es una buena utopía que figuraba esta mañana en el correo de una amiga. Se pasaron aquellos tiempos de los buenos y los malos fijados por una mente retorcida al grupo social; todos somos una posibilidad abierta para lo bueno o para lo malo, que es la libertad. A nadie se le acaba nunca la oportunidad, pero estamos condicionados por un medio que puede ser hostil y nos clasifica como una máquina de grapas. La bondad humana es un ente abstracto; decidimos el bien o el mal en cada acto y así a cada momento cometemos errores o aciertos rotundos que nos acarrean una aureola ante los demás.
Por eso hay que permanecer vigilantes de nuestro propio albedrío y reforzar la voluntad hacia el hábito del bien. Esas historias de santos del siglo pasado que ayunaban los viernes tomando aun el pecho están fuera de la antropología moderna. El bien en el fondo no es sino tener en cuenta al vecino y entenderlo y corregirlo con misericordia tratando de ponerse en su lugar. Cada uno arrastramos una biografía y somos consecuencia de una trayectoria; tener esto en cuenta para juzgar conductas a veces se hace cuesta arriba, ese es el mérito. Hacer fama de gracioso en una reunión no tiene precio, pero lo verdaderamente difícil es la convivencia diaria en que hay que fortificar la voluntad para no sucumbir a la monotonía. Esa es la prueba máxima; y unas veces lo haremos mejor y otras lo estropearemos porque nadie es perfecto, pero si no abandonas la intención de comportarte, con sólo eso basta.
Duran muy poco las parejas que no asumen esta filosofía, pero ten presente que si tú no sirves nadie te servirá. El hedonismo es el gran enemigo de la convivencia si no se aprende el placer sublime de ayudar al otro a sobrellevar la vida. Fuera de esto sólo queda el cuerpo que acaba agostado y produce dolor. Es verdad que antes eran más estables los matrimonios y los superficiales lo achacan a la coacción de una autoridad malvada; lo cierto es que había hábitos más fundados de aguantar las flaquezas para que nos aguanten las propias impertinencias de la perdida juventud. Todo consiste en las pautas humanas que abunden en el grupo social. Hoy se intenta sembrar el único aliciente del placer en una sed insaciada de gozar las tendencias carnales y anular por completo el sacrificio que se soporta sin dificultad sobrellevando las de la pareja.
Hemos hecho un genocidio haciendo hijos bien servidos y rellenos de algodón, las madres tienen que pararse a meditar. Les damos una rifa para la desgracia porque la vida es agridulce y no de miel como se la hemos vendido. Nombro a las madres porque son las que tienen la llave de los corazones juveniles. El consumismo nos lleva a dorarlo todo y dejamos debajo la miseria de la herrumbre que saldrá al poco tiempo. No aguantan el matrimonio nuestros vástagos porque cada uno tiene detrás una historia de aspiración a una vida que no existe; se lo dio fundamentalmente una madre asustada con tanto medio de comunicación informando sobre el hombre. Tendremos que meditar y acostumbrarnos a la complejidad porque un niño inseguro es carne de cañón para una sociedad que se resuelve tomando decisiones. No hay compasión para el débil, no hay tiempo para tenerlo en cuenta. El engranaje cívico se encargará de él y a poco lo triturará como se hace con la basura. No, la bondad no existe en el aquí y ahora de hoy y las decisiones del bien hay que tomarlas sobre la marcha.

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