PEDRO SEVILLA
Se han fijado ustedes que con esto de las mascarillas nos miramos más a los ojos? Las personas tímidas tenemos mucha dificultad para mirar a los demás a los ojos. Solemos agachar la mirada y no por desconsideración o descortesía, sino porque en los ojos de los demás está toda su dignidad como persona, y eso nos intimida por lo que tiene de único y valioso. Los ojos de los demás nos atraviesan con su fuego, nos queman y, por tanto, miramos para otro lado, o directamente nos ponemos nerviosos y colorados. ¿Y qué ocurre cuando nos ponemos colorados? Pues que nos notamos el calor en la cara, con lo cual nos ponemos más colorados todavía.
No sé ustedes, pero yo, desde que salgo con mascarilla miro más a los ojos de las personas. Al llevar la cara tapada puedo ponerme colorado sin miedo a que se note. Hay ojos pardos, negros, azules o verdes, cada uno con su tonalidad y su luminosidad. Pero no hay dos personas con los mismos ojos, como no las hay con las mismas huellas dactilares o las mismas almas. Un hijo puede heredar los ojos de su padre, pero siempre con un matiz distinto, personalísimo.
Ernesto Sábato dejó escrito que los ojos no son enteramente órganos físicos, sino instrumentos espirituales. Y tiene razón porque dónde más se nos nota el dolor, la alegría, la pasión sexual, la tristeza, la melancolía, o la mala leche, es en esos dos planetas idénticos por los que nos asomamos al mundo.
No es que yo quiera que sigamos con mascarillas para toda la vida. Ojalá esto acabe pronto y nos podamos ver a cara descubierta. Pero a lo que iba: ahora miramos más a los ojos, nos miramos más a los ojos, nos mantenemos más la mirada, y eso, sin duda, nos ayuda a conocernos mejor, a respetarnos más. Todo lo que tiene ojos es sagrado y esa debe ser, pienso yo, una de las enseñanzas buenas que debemos aprovechar de este maldito coronavirus.