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Artículo Primero

Salir siendo mejores

Entre cierta esperanza, todavía mucho temor y un saco de incertidumbres empezamos lo que ha venido en llamarse desescalada.

Publicado: 12/05/2020 ·
11:38
· Actualizado: 12/05/2020 · 11:38
Autor

Rafael Lara

Rafael Lara está en la Asociación Pro Derechos Humanos, antes por las libertades... o donde fuere por los derechos de las personas

Artículo Primero

Modestas reflexiones con aquel articulo primero de la Declaración Universal de los Derechos Humanos

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Entre cierta esperanza, todavía mucho temor y un saco de incertidumbres empezamos lo que ha venido en llamarse desescalada que no sabemos si es el final del túnel de la pandemia.

El cerrilismo y la irresponsabilidad de la derecha en sus versiones extrema y ultra, no debe cegarnos e impedir que nos asomemos a los enormes retos de eso que desde el gobierno denominan “nueva normalidad”. Y la primera duda que nos asalta es si realmente será nueva o será la misma normalidad tóxica que hemos soportado desde la crisis que empezó en 2008 y que llamaron “la gran recesión”.

Aquella crisis/estafa generó cotas de desigualdad, precariedad, paro y pobreza insoportables. Y justificó el incremento del extractivismo y de las agresiones al planeta. También permitió -¡y en qué medida!- fortalecer al gran capital, tanto en su capacidad de poder sobre el mercado laboral como en la reconstrucción de sus beneficios a costa del Estado y por tanto del conjunto de la sociedad.

Partiendo de estas premisas, la posibilidad de que las consecuencias de esta nueva crisis pandémica, que todos vaticinan que van a ser devastadoras a escala planetaria, recaigan de nuevo sobre las clases trabajadoras y la gente más vulnerable de nuestro país, no es simplemente una elucubración sin fundamento.

Los síntomas de que puede ser así, que se impongan de nuevo las tesis neoliberales más ultras y dañinas (si alguna no lo es) y de que lleguemos a interiorizar una “nueva” normalidad tóxica no son pocas. Vemos el rebrote de los nacionalismos extremos en Europa. El resurgir de las fronteras interiores y de una nueva vuelta de tuerca en las exteriores. El trato a las personas que quedan en el margen del paraguas del sistema de protección como las personas presas, personas migrantes, trabajadoras del hogar, personas sin hogar, las que padecen severa exclusión social, trabajadoras sexuales… La proliferación de mediocres líderes ultras y populistas (en el peor sentido del término). El crecimiento de los autoritarismos y el aplauso social a las restricciones de libertades y de abusos policiales…

Síntomas que no invitan al optimismo. Pero junto a ello es cierto que la pandemia ha permitido revalorizar el irreemplazable papel de lo público, poniendo en cuestión las políticas privatizadoras y de recortes llevadas a cabo sobre todo por el PP, pero también de alguna forma anteriormente por el PSOE, especialmente en Andalucía. Cierto es, al tiempo, que el Gobierno progresista de coalición ha puesto en marcha medidas nunca vistas para paliar los efectos de esta pandemia en sectores afectados, con una idea justa, “no dejar a nadie atrás”. Es verdad que ya se ha podido distinguir entre lo necesario e imprescindible y lo que se ha demostrado superfluo. Se ha experimentado que primero son las personas y la vida y la necesidad de los recursos (públicos, de todos y todas) para sostenerla.Y que quizás ello empiece a modular hábitos de consumo que son una gangrena para la vida. Incluso es posible que ahora se puedan apreciar mucho mejor los beneficios en términos de medio ambiente y de calidad de vida de nuestras ciudades de la drástica reducción del turismo insostenible y el uso desenfrenado del automóvil.

Quizás sea por ello por lo que, al comienzo de la pandemia y el confinamiento, fueron muchas las voces que plantearon la oportunidad de replantearnos el futuro, de superar la normalidad tóxica que soportábamos y avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria que pueda habitar el planeta con respeto e interdependencia.

Pero como se decía antes ya hay elementos que no invitan al optimismo. Así algunos gobiernos, como el de la Junta, ya van tomando disposiciones contra los derechos aprovechando el estado de alarma. Vemos como se extiende la posibilidad de un aún mayor control y seguimiento digital de la ciudadanía. En este sentido la tentación de perpetuar las medidas autoritarias ya son una realidad en algunos países europeos. No es descartable que la aspiración imposible de volver donde estábamos como si no hubiera pasado nada, acabe de nuevo en el derroche consumista o en la insolidaridad y desprecio de lo común. Y, en fin, los sectores que configuran lo que se denominan poderes fácticos económicos y políticos, van a seguir ejerciendo una terrible presión -con todos los medios a su alcance que no son pocos- para que la salida de esta crisis provocada por el coronavirus caiga de nuevo sobre las clases medias y trabajadoras y las personas que menos tienen ya. El peligro de salir de la crisis volviendo a la normalidad tóxica que vivíamos es más que una amenaza.

Así que no, no será fácil. ¿Emergerán de las importantes redes solidarias generadas como respuesta a la crisis, movimientos sociales con nuevos ímpetus transformadores con potencial de reconducir las incertidumbres, superar los miedos y proponer alternativas rompedoras en el camino de aquél “otro mundo es posible”?¿Tendrán capacidad de enamorar a una buena parte de la sociedad para que se imponga la agenda de la transformación?

Sin duda gobiernos con programas a favor de las personas y la mayoría social van a ser decisivos e imprescindibles en esta tarea. Pero esos cambios sólo serán posibles si hay mayoría social que se active frente a los poderes fácticos. Mucho habrá que conjugar y mucho tendremos que hacer confluir, partiendo de la experiencia ganada y de la acumulada, sin despreciar nada que sume para sentar las bases para construir el futuro.

Y, como he señalado en otras ocasiones, si hay hago troncal serán la puesta en valor de las propuestas que emanan de los feminismos y su encuentro con los movimientos en defensa del medio ambiente (ecofeminismos), integrando el antirracismo, la valorización de culturas no hegemónicas con mirada decolonial y la inclusión de todas las capacidades humanas y no humanas, por mencionar algunas de las dimensiones que nos tienen que servir para pensar y construir mundos mejores. En efecto todavía existe la posibilidad de salir de esta siendo mejores.

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