Buscando el carillón

Publicado: 28/03/2024
Autor

José Diego Amores Revuelta

José Diego Amores Revuelta es licenciado en Historia y Archivero con influencia petermanesca

Reflexiones desde el sofá

Columnas de opinión que sólo pretenden invitar a la reflexión del lector sobre temas de actualidad

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Nunca más volví a oír aquella melodía, pero hoy quería dedicar esta columna a aquella mujer de vestido rojo, que nos dejó la semana pasada...
No suelo escribir historias personales, pero me vais a permitir que en esta ocasión si lo haga. Es una historia que ocurrió a comienzos de los años 80, cuando yo era un niño de unos 11 ó 12 años, y Barbate, cual Ave Fénix, volvía a surgir de sus cenizas para ser un pueblo referente en la provincia, de la mano de un alcalde que sin duda fue un símbolo en la historia de nuestro pueblo, para algunos el mejor de su historia para otros el causante de los males heredados hasta nuestros días y para toda una persona que marco nuestro camino como municipio. Serafín Núñez fue uno de esos alcaldes que en esa época sentaron las bases de lo que debía ser una democracia inmadura pero sólida y fuerte, sólo su presencia y sus palabras generaban una seguridad y tranquilidad en el pueblo que nadie ha conseguido implantar después; y es que en esos primeros años democráticos esos alcaldes fueron algo más que unos simples regidores, eran una referencia, Antonio Morillo, lo fue para el pueblo de Vejer, Pedro Pacheco en Jerez, Carlos Díaz en Cádiz o el sempiterno alcalde de Marinaleda, Juan Manuel Sánchez Gordillo.

Pues bien, en esos años 80, Serafín Núñez cambió la imagen física del pueblo de Barbate, reformando calles, dando servicios que no había, y arreglando el reloj del Ayuntamiento. Hay que saber que originariamente, el reloj que hoy luce en las torres del Consistorio, no estaba proyectado, sus huecos eran vanos que en 1960 fueron ocupados por las esferas que marcarían las horas del altivo edificio de Casto Fernández Swan. Y fue Serafín, quien quiso que esas manecillas no se limitaran al sonido de unas campanadas para señalar las horas, por eso decidió que debía tener un carillón musical y que mejor intérprete para la composición que el músico gaditano más importante del momento, el pianista Felipe Campuzano.  La cuestión era como poner en contacto al Ayuntamiento de Barbate con un autor que recorría el mundo con su piano, en una época donde las palabras internet o redes sociales parecía algo digno de ciencia ficción y tener un teléfono alámbrico ya era un auténtico lujo. Pues la vía fue acudir al lugar de encuentro de todos los generadores de cultura que pasaban por Barbate, el Café Revuelta.

Serafín le contó a quien dirigió tantos años con su hermana Encarna, el Café, Diego Revuelta, su intención de poner una música de Felipe Campuzano al reloj del Ayuntamiento, y como solía pasar con Diego, pronto localizó a un amigo común del músico gaditano a través del cual, trasladar la petición del primer edil barbateño. Diego y Encarna, estuvieron al frente del local de copas más emblemático de nuestro pueblo hasta que este cerró sus puertas, pero, además, eran mis tíos, con los que conviví, dejándome una huella imborrable y muy buenos recuerdos, como esta historia que os estoy narrando.

Aquel medio día, yo estaba como siempre sentado en una esquina del sofá de casa, seguramente viendo la televisión o esperando tener una excusa para hacer una “pelea” con mi hermana, cuando llamaron a la puerta. Al abrir, mi tío apareció con Felipe Campuzano y una hermosa mujer, ella vestía un traje rojo, unas enormes gafas de sol y su piel lucía un color moreno como si fuese enlucido por el barniz del mejor ebanista. Su cabello rubio caía sobre sus hombros en forma de tirabuzón. Ella, al llegar se acercó y me dio dos besos, luego antes de marcharse, dejaron una cassette que nos apresuramos a poner en el reproductor que trajo mi padre de Ceuta, para oír el sonido del piano de Campuzano, marcando la hora de las manecillas del reloj. Una música preciosa pero que para mí siempre quedaría supeditaba en relevancia a los besos de aquella mujer, que yo veía en televisión todos los sábados presentando el programa musical, Aplauso.

La cinta duró lo que tardó en llegar a las manos del alcalde. Nunca más volví a oír aquella melodía, pero hoy quería dedicar esta columna a aquella mujer de vestido rojo, que nos dejó la semana pasada, y que sin duda hizo que para mí oir su nombre, hiciese sonar en mi mente el sonido del carillón que el Ayuntamiento nunca tuvo, descanse en paz, Silvia Tortosa.

 

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