Sus detractores dicen que el Día de los Enamorados es la excusa perfecta para que algunos negocios hagan el agosto en febrero, pero lo cierto es que San Valentín vuelve un año más para que celebremos lo que el Nobel Severo Ochoa definió como una mezcla de física y química: el amor.
Un amor quizá un tanto ñoño o almibarado, de corazones rojos heridos por las flechas de Cupido, pero amor en definitiva. Algo que es “fuego escondido, agradable llaga, sabroso veneno, dulce amargura, deleitable dolencia, alegre tormento, fiera herida o blanda muerte”, como ya en el siglo XV lo describió el autor de La Celestina, Fernando de Rojas.
Un sentimiento que, si es verdadero, “lo puede todo”, opinión que, con mayor o menor intensidad, comparten el 75% de los españoles, según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). El mismo en el que un porcentaje menor, aunque nada despreciable, el 63,1%, aseguraba que la pasión amorosa “dura toda la vida”, pero sólo si es sincera.
No opina lo mismo la psicóloga Pilar Varela. Para ella, el amor “puro” existe, sí, “pero suele ser breve, fugaz. El amor eterno dura tres meses”, afirma quien distingue entre amor y enamoramiento, y quien piensa que la convivencia es “una mala hierba para el amor, sin que ello signifique –aclara– que tengamos que evitarla”.
“Es la cosa más deseable del mundo, la más maravillosa, lo que todo el mundo desea. Es el salvoconducto para la felicidad, para las ganas de vivir, pero también el dardo más doloroso”, asegura, en conversación con Efe, la autora de Amor puro y duro (La Esfera de los libros. 2004).
Algo tan “vulnerable” como el amor, continúa, “no es necesario para vivir, pero sí es necesario para que merezca la pena vivir”, palabras éstas últimas que ella tiene muy presentes y que escuchó, cuando era estudiante de Psicología, al catedrático Mariano Yela.
“El ser humano –insiste– nace dotado para el cariño. Todos estamos capacitados para querer, pero otra cosa es que sepamos ponerlo en práctica”.
Algo de esto les pudo ocurrir a los 118.939 matrimonios que en 2008 –último dato oficial del que dispone el Instituto Nacional de Estadística– vieron cómo el amor se rompía, y que acabaron en divorcio o separación. Ese mismo año, sin embargo, 193.064 parejas se dieron el “sí quiero” en España.
Que el 14 de febrero está a la vuelta de la esquina –este año cae además en fin de semana– resulta casi imposible no advertirlo. Y es que, desde hace días, los grandes almacenes y tiendas lo pregonan desde sus escaparates.
Son días en los que la televisión vuelve a machacar a su audiencia con anuncios de perfumes, en los que las agencias de viaje ofrecen escapadas románticas y los restaurantes nos tientan con cenas a la luz de las velas.
Junto a opciones tradicionales, otras más originales animan a los enamorados a celebrar San Valentín de una forma más relajada y saludable, en spas, gimnasios y centros de belleza, o a regalar artilugios –masajeadores, gafas de relajación...–que garantizan una jornada de lo más placentera.
“Se celebra –dice Varela– el día de unos conocidísimos grandes almacenes, pero tampoco está de más que, de vez en cuando, al menos una vez al año, alguien nos recuerde que el amor existe”.
“¡Y qué mejor forma de hacerlo que con una joya!”, exclama Giovanna Tagliavia, directora general de la Asociación Española de Joyeros, Plateros y Relojeros. “Somos optimistas –dice a Efe– con los resultados de este año, después de unas Navidades mejores de lo que nos temíamos. El consumo –asegura– parece que se recupera”.
San Valentín es, después de Navidad, el segundo gran momento del año para los joyeros. “Una joya –recuerda Tagliavia– es eterna. Todo lo demás, o es perecedero o engorda”.
Son los hombres los que más entran estos días en las joyerías para sorprender a su amada con un “detallito” en forma de sortija o pendientes, lo más vendido. El gasto medio, según Tagliavia, ronda los 1.200 euros.
“Las mujeres tenemos cinco dedos en cada mano, y cuál no desea una sortija más”, bromea. Perlas y diamantes son las gemas más demandadas. “La joyería se ha socializado y democratizado. Hay también joyería barata”, asegura. Otro regalo que arrasa el Día de los Enamorados es la ropa interior. Sofisticada, sexy, fina, preferentemente en negro, cara..., destacan empresas de lencería consultadas por Efe.
“Para nosotros, son días muy importantes”, afirman desde el departamento de Márketing de la italiana Calzedonia. En sus tiendas, las ventas se incrementan un 10% las jornadas previas a San Valentín.
“Lo que más se vende –informan a Efe– es la colección de lencería fina de mujer, ya sea comprada por hombres para hacer un regalo a sus parejas, o por las mismas mujeres para sorprender a sus respectivos”. Lo más demandado: corpiños, sujetadores push-up, que elevan lo que a cierta edad ya no está firme, culottes, brasileñas, medias con encaje, ligeros...
“San Valentín es un buen momento para recuperar cositas que a todos nos gusta hacer con nuestra pareja”, comenta Iván Rotella, sexólogo y portavoz de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología. “Debe ser una celebración muy erótica, porque cuando hay amor hay deseo”, añade en conversación con Efe.
Según un estudio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), el 93% de los españoles opina que una relación sexual satisfactoria contribuye de manera “muy o bastante importante” a que una pareja viva feliz.
A pesar de todo, febrero es el segundo mes del año, por detrás de noviembre, en el que menos hacemos el amor los españoles, a juzgar por los resultados de un informe sobre bienestar sexual de Durex, compañía líder en la fabricación y venta de preservativos.
En 2008, en el mes de San Valentín, se vendieron en España 9.158.560 preservativos, muy por debajo de julio, en el que se batió el récord con 12.083.349. Según este informe, los españoles practicamos el sexo una media de 118 veces al año.
Las flores, y especialmente un ramo con una docena de rosas rojas, lo más demandado, es otra forma muy popular de decir “te quiero” el día que todo el mundo recuerda al mártir que, en la Roma pagana del siglo III, fue condenado a muerte por saltarse la prohibición de oficiar matrimonios por el rito cristiano.