No hay atisbo de nostalgia en las palabras del autor, que se define como "un privilegiado". "He trabajado en lo que me gustaba, de dibujante, y encima me han pagado bien y me lo he pasado mejor. Ahora quiero seguir viviendo intensamente, como he hecho toda mi vida. Antes dedicado al trabajo y ahora al ocio", afirma.
A lo largo de su extensa trayectoria, el dibujante ha hecho gala de una crítica furibunda, bien salpimentada con gruesos retazos de costumbrismo y almibarada por una capacidad humorística fuera de toda duda. En las raíces de semejante mezcla se encuentra el barrio Gótico de Barcelona, cuna de Nebreda.
"Allí había mucho meneo. Y a doscientos metros estaban las Ramblas, el barrio Chino o la Plaza Real. No crucé la Gran Vía hasta que cumplí los 21 años. En mi barrio había bares, putas, toreros, chorizos, drogotas, camellos... ¡La vida! En aquel reducto empecé a hacer historietas", recuerda.
El despegue profesional del ilustrador se produjo a comienzos de los setenta, cuando formó pareja artística con Ramón Tosas "Ivá". "Estábamos hartos de ser unos asalariados, así que un día nos entrampamos y sacamos Barrabás (1972), que fue un éxito editorial", recalca.
"Luego hicimos El Papus (1973), donde fuimos todo lo bestia que pudimos y nos pusieron una bomba. Lejos de amedrentarnos, aquello nos espoleó para seguir haciendo más cosas, y así fue como luego nació El Jueves (1977)", afirma.
Aquellas revistas vieron la luz entre el final del régimen franquista, que seguía aplicando la censura editorial, y el comienzo de la democracia. "No era una época bonita, pero sí muy emocionante", recuerda Nebreda.