En la última década pocos han sido los Via Crucis que han gozado de buen tiempo. Cuando no es el viento es la lluvia, y cuando no, las dos cosas. Ayer se volvió a repetir la historia. El levante sopló con fuerza pero no impidió que los cofrades de la Hermandad del Caído pudieran disfrutar de su día grande. Su Imagen Titular logró presidir el Via Crucis General de Hermandades que año tras año organiza el Consejo Local de Hermandades en la Santa Iglesia Catedral.
A las ocho de la tarde, la Plaza de San Francisco estaba llena de cofrades deseosos de iniciar de una vez por todas la Cuaresma con este ejercidio piadoso. El cortejo, integrado por las representaciones de todas las hermandades de la capital, los hermanos del Caído y miembros del equipo de Gobierno del Ayuntamiento de Cádiz salió por la puerta lateral del templo, la que da a la plaza del Santísimo Cristo de la Vera Cruz a las 20.05 horas, y minutos después lo hacía Nuestro Padre Jesús Caído sobre la parihuela que el equipo de Mayordomía de la Cofradía diseñó para la ocasión, comandada por los capataces José Manuel Asencio Cabeza y Juan de Dios Baro Sánchez.
El Señor lució sobre un monte de lirios, estrenando para la ocasión un túnico de damasco en color morado realizado por el bordador jerezano Ildefonso Jiménez. La parihuela fue avanzando, rumbo a la Catedral, a los sones de la Escolanía del Santo Entierro de San Fernando y la capilla musical de la Banda Maestro Enrique Montero, de Chiclana que estrenó las piezas Camino del Gólgota, de Francisco José Cintado; Vía Crucis, de José Manuel Caramés; y Caído y Desamparado, realizada por Juan Manuel Marrero.
El obispo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta no pudo estar presente en este Via Crucis, ya que se encontraba en Madrid, para las elecciones a la Presidencia de la Conferencia Episcopal. En su lugar acudió el Vicario de Pastoral, Fernando Campos, aunque el encargado de dar lectura a la última estación del Via Crucis fue el deán de la Catedral, Guillermo Domínguez Leonsegui.
La novedad más destacada de este Via Crucis desde el punto de vista social fue la traducción del ejercicio penitencial al lenguaje de signos, que fue posible gracias a la colaboración de la Pastoral de Sordos.
Los encargados de leer las estaciones fueron fueron los sacerdotes Salvador Rivera, Aquiles López, César Sarmiento, Óscar González, Rafael Iglesias, Luis Sánchez, Ignacio Sánchez Galán, Ramón Estíbaliz, Javier Jáuregui, Antonio Luis Leal, Balbino Reguera, Luis Castro y Guillermo Domínguez Leonsegui. Y los laicos Óscar Iglesias, Inmaculada Rivas, Pablo Durio, María Loreto Jiménez, Javier Iglesias (hermano mayor del Amor), Eduardo González Mazo (rector de la UCA), Pedro Pablo Reynoso (anterior hermano mayor del Caído), Miguel Morgado (hermano mayor de Vera-Cruz), Carmen Giménez, Francisco Moscoso, Alfonso Caravaca (director del Secretariado de Hermandades), Martín José García (presidente del Consejo) y Pedro Reynoso Román (hermano mayor del Caído).
Entre los puntos positivos a destacar de este Via Crucis habría que mencionar que las representaciones guardan cada vez más la compostura, tanto en el comportamiento como en la indumentaria. El respeto del público también se hizo notar durante todo el recorrido y eso es algo que no ocurría hasta hace pocos años. Parece que la insistencia de los cofrades a través del boca a boca, los foros, y los medios de comunicación está haciendo mella. También hay que destacar la cantidad de público que hubo durante todo el recorrido a pesar del fuerte viento.
En cambio, entre los puntos negativos hay que señalar el descontrol que se palpó tanto a la hora de atender a las representaciones de las hermandades en la Iglesia de San Francisco como en el acto en sí dentro de la Catedral. Hubo una confusión en las lecturas, pues se empezó a rezar el Via Crucis de Juan Pablo II mientras que en los libretos aparecía el tradicional.
En torno a las 22 horas el cortejo emprendió el camino de la vuelta a San Francisco, para llegar al templo unos minutos antes de la hora prevista. En definitiva, el acto transcurrió sin incidencias, y con normalidad. Se nota que los cofrades están acostumbrados a lidiar con las inclemencias del tiempo. Ya todo el mundo sabe actuar y es muy difícil que se pierdan los nervios.
No obstante, lo mejor es que el tiempo nos dé una tregua y podamos disfrutar de una Semana Santa completa, con todos los pasos en la calle. Las Semanas Santas que han caído en el mes de abril son, por estadística, las más lluviosas, pero eso no quita para que los cofrades mantengan la esperanza. Después de todo, es lo último que se pierde.